Los alemanes siempre han temido a la inflación. Al menos desde la República de Weimar, que ardió en las ascuas de los precios y cuyo fracaso abrió la puerta a los nazis. Por eso, cuando se fijaron los criterios de estabilidad para el acceso al euro y la creación del Banco Central Europeo, la inflación fue uno de los termómetros que medía la ortodoxia necesaria para entrar y mantenerse dentro del club. El límite que fijó el BCE hace 18 años, el 2% de inflación, se consideró exigente y lo fue al principio. Pero llevamos ya muchos años en los que la suma de la globalización, la deflación tecnológica y una serie de crisis casi encadenadas han alejado la obsesión por la estabilidad de los precios.
Una situación que ha permitido el endeudamiento masivo de particulares, empresas y sobre todo administraciones, que han visto cómo la carga de la deuda disminuía a pesar de que el volumen del endeudamiento ascendía sin parar. Los tipos de interés, bajo mínimos, han aliviado el peso de deudas sobre máximos. Una vez que trasmitía mi preocupación por el endeudamiento exagerado a un conocido experto en finanzas corporativas, me respondió impertérrito: ‘No seas tonto, hoy en día las deudas no se pagan, se rentabilizan’. Me quedé atónito, pensé que tenía bastante razón y estuve a punto de pedir a mi Universidad la devolución de la parte de la matrícula correspondiente a lo que nos enseñaban al respecto. Aquello tan bonito de que las deudas se honraban con su devolución a vencimiento. ¡Qué tiempos tan extraños, qué costumbres tan exóticas!
La gobernadora del BCE asegura que ya no tiene sentido ser rígidos y que resulta conveniente flexibilizar el objetivo, porque, en realidad, no pasa nada si se sobrepasa el límite temporalmente. Prefiere mantener el apoyo financiero a una economía como la europea que no acaba de despegar y que sufre para seguir el ritmo de China y de los Estados Unidos. La idea es buena y la justificación convincente. Pero… no sé yo. Más bien sospecho que la situación de endeudamiento de las administraciones públicas es tan terrible que sus presupuestos no soportarían la carga extra de unos tipos superiores. Por eso constituye una prioridad máxima garantizarles a los estados un flujo abundante y barato de financiación para evitar el gripaje de la maquinaria presupuestaria.
Si la idea es cierta o es fruto de un exceso de suspicacia lo podremos comprobar muy pronto. En cuanto pase la pandemia -pasará, ya verá como sí-, habrá que hacer planes de consolidación fiscal. Veremos si su ritmo es pausado o frenético. (apueste por lo primero). Entonces sabremos de verdad de qué va esto.