MANUEL MOSTAZA BARRIOS-El Mundo

  A partir de la división de la sociedad catalana que muestran los sondeos, el autor cree que ERC y Ciudadanos pueden imponerse en ambos bloques. Es probable que el 21-D arroje un escenario de ingobernabilidad.

 DESOCUPADO LECTOR, seamos francos: ninguna encuesta adivinará el resultado que saldrá de las urnas en las elecciones de mañana porque las encuestas no se dedican a adivinar nada. Cuando nos hacemos adultos, dejamos de ser historicistas y entendemos que, como el futuro no está escrito en parte alguna, es imposible de predecir. A lo que ayudan las encuestas es a entender una realidad social que, en el caso catalán, es tan compleja como desconcertante. Por eso, es bueno ir más allá de la intención de voto cuando se analiza un sondeo porque mirando sólo los porcentajes del voto estimado corremos el riesgo de hacer como el tonto que se quedaba mirando el dedo cuando el sabio señalaba la luna. 

Como punto de partida, las encuestas de los últimos meses muestran una sociedad dividida, más cercana a la quebequesa que al mito de un sol poble del nacionalismo catalán: el secesionista tipo se expresa y se informa en catalán, es alguien de clase media-alta, que vive en el medio rural y en ciudades de tamaño medio. Y, por cierto, es alguien muy interesado en la política. Frente a este, la otra mitad del país: una Cataluña que vive y se informa en castellano, desarrolla su vida en grandes ciudades, tiene un nivel de renta y socioeducativo más bajo y está menos interesado por la política. Esta escisión en dos comunidades se visualiza en el elevado número de partidos presentes en el Parlamento, consecuencia de la incapacidad para construir espacios transversales que agrupen a ambas comunidades, lo cual abocará a Cataluña a medio plazo a un modelo de democracia consociativa, como el de los Países Bajos o el de Ulster, propios de sociedades escindidas en varias rupturas identitarias. 

En este escenario, nos enfrentamos a unos comicios en los que hay que tener en cuenta varias claves para entender lo que puede pasar mañana. En primer lugar, la participación. De manera tradicional, las elecciones autonómicas eran consideradas por una parte de los catalanes como unas elecciones de segundo orden, por lo que la participación estaba varios puntos por debajo de las elecciones generales. Esta situación comenzó a cambiar conforme una parte de la élite nacionalista se pasó al secesionismo y así las elecciones de 2015 tuvieron ya una participación inusualmente elevada: un 75%. Todas las encuestas publicadas en la última semana prevén que esta participación incluso se supere, pudiendo quedarse en una horquilla de entre el 78% y el 81%. Se trata de una cifra muy alta y que refleja la importancia que la sociedad otorga a estos comicios; pero no es probable que la participación vaya más allá porque, aunque al lector de un periódico le pueda parecer sorprendente, en todas las sociedades europeas hay entre un 15 y un 20% de adultos a los que no les interesa nada la política o que, por diferentes razones, no han votado nunca. La clave va a estar en cuál de los dos bloques es capaz de mantener la movilización de sus votantes hasta mañana, sobre todo, en el área metropolitana de Barcelona, provincia en la que se eligen casi dos tercios del total de diputados al Parlamento. Ambos bloques son sólidos, y parecen estancos: las encuestas señalan que unos 50.000 votos del bloque nacionalista (antiguos votantes de Unió), pueden ir al PSC gracias a la presencia de Ramón Espadaler, y unos pocos miles de socialistas pueden irse a Esquerra, quizá como rechazo a la aplicación del 155. 

En el secesionismo, todas las encuestas coinciden en que ganará Esquerra, si bien no está claro por cuánto. Una situación impensable hace pocos años, cuando la vieja Convergència triplicaba los votos y escaños de los republicanos. Sin embargo, el intento de generar una lista de país, articulada a través de Junts per Catalunya, parece haber reactivado al votante convergente y todas las encuestas detectan una subida en las últimas semanas de la lista del huido Puigdemont (en detrimento de Esquerra), un candidato por cierto mejor valorado entre los votantes secesionistas que Junqueras. Habrá que ver si los últimos días de campaña permiten el sorpasso dentro del bloque secesionista. El que aparece como un tercero marginal en términos de votos sigue siendo la CUP, partido de extrema izquierda antisistema y de carácter dudosamente democrático, que puede perder alguno de sus escaños al trasvasar votos a Esquerra, pero que, en función del resultado, puede volver a tener un papel decisivo en la próxima legislatura. 

Enfrente, parece claro que la victoria en el bloque no nacionalista será para Ciudadanos. Se trata de una estimación en la que coinciden todos los sondeos (Sigma Dos le daba siete puntos de ventaja sobre el PSC en este periódico el viernes pasado), aunque hay que tener en cuenta que la estimación de este partido en Cataluña es complicada (el recuerdo de voto nunca es limpio, ya que sale de manera recurrente muy inferior al real, y el voto directo siempre es muy bajo). El partido de Arrimadas ha arrebatado gran parte de sus votantes a un Partido Popular, que paga ahora el perfil bajo que ha tenido durante años y no parece que la llegada de un perfil claramente hostil al nacionalismo como García Albiol sea suficiente para parar la sangría de votos: más de la mitad de los votantes del PP se plantea votar a Arrimadas, una candidata a la que valoran mejor que a Albiol; es el clásico efecto caballo ganador que prima el voto útil frente al ideológico, cuando se acerca el día de las elecciones. Una de las sorpresas dentro del bloque no nacionalista ha sido el PSC de Miquel Iceta. Sabedor de que jugaba un papel secundario, su arriesgada apuesta por la transversalidad (metiendo en la misma lista a Sociedad Civil Catalana, a Espadaler y a Jiménez Villarejo) puede darle réditos y todas las encuestas indican que, con cuatro o cinco escaños más, mejorará los resultados de 2015. Estas buenas perspectivas se explican por la buena valoración de Iceta entre los votantes de Catalunya en Comú y de Ciudadanos, y por el hecho de que uno de cada cinco votantes del partido de Domènech se plantee ahora votar a los socialistas. 

En el caso de esta lista impulsada por Ada Colau, su indefinición es su mayor virtud, pero también su mayor riesgo. Su electorado es un reflejo de las contradicciones en las que se mueve una parte importante de la izquierda catalana, ya que está formado por una minoría independentista y una mayoría a favor del referéndum, pero contraria a la secesión. Así de complicado. En un escenario como éste es posible que la apuesta salga mal y una parte de sus votantes busquen refugio en el PSC o Esquerra Republicana, al contrario de lo que suele pasarle en las elecciones generales. Cuenta con dos bazas, según los sondeos: un candidato poco conocido, pero bien valorado por los votantes de la izquierda independentista, y aquellos indecisos que no votaron en 2015, pero que simpatizan con ellos. Su problema es que casi un tercio de sus votantes no tiene aún decidido el sentido de su voto y corren el riesgo de sufrir el efecto caballo ganador, pero en este caso a favor del PSC. 

¿QUÉ PASARÁ mañana? Todo apunta a que las elecciones se decidirán por pequeños detalles y es probable que nos despertemos al día siguiente con un escenario de difícil gobernabilidad. Pese a sus discursos para mantener motivada a la parroquia, las élites secesionistas han entendido que la vía unilateral no va a ninguna parte. Pero el peso de los que reclaman un referéndum para desbloquear el problema sigue siendo mayoritario. Si los números cuadran, podríamos ir a una solución a lo Borgen (hacer presidente al líder del cuarto partido, en este caso Iceta, al ser el menos vetado), aunque todo indica que esa u otra solución dependerá de la postura que tome la lista de Ada Colau, una postura que, sea la que sea, le costará votos y capital político, en Cataluña y en el resto de España. Por eso, no sería descartable una repetición de elecciones en pocos meses; ya se ve que tampoco en esto los catalanes son tan diferentes al resto de los españoles. 

En 1970, The Times preguntó a un vecino de Belfast por la situación en Ulster pocos meses después de que estallara de nuevo el conflicto entre católicos y protestantes. La respuesta fue lapidaria: «Aquí el que no esté confundido es que no se entera de nada de lo que está pasando». Pues eso. 

Manuel Mostaza Barrios es director de Asuntos Públicos de la consultora de comunicación Atrevia.