Miquel Escudero-El Correo

Un proverbio saharaui dice: «Lo que tienes en tus manos no es tuyo». Cuestiona con acierto el sentido de la posesión. En efecto, mi despacho en la Universidad no es mío, lo tengo en usufructo. Mi mujer no es mía, es suya. Pero es mi mujer y yo su marido. Si desempeño un cargo, ¿qué significa decir que es ‘mío’?

Una vez en él, no puedo hacer omisión de las funciones que se me encarguen y desatenderlas. Es mío el deber de ejercerlo de acuerdo con la autoridad que me lo ha conferido, y que yo he aceptado. Por ejemplo, puedo ser presidente de la junta de vecinos de una escalera porque me ha tocado el turno de serlo y no me puedo escaquear. Pero no puedo propasarme y hacer lo que quiera sin contar con los demás, no importa que mis ideas pudieran ser las mejores.

Aunque sea vitalicio (como sucede con un catedrático o con un rey), el cargo que se tenga no deja de ser un encargo. Distinguiendo, por supuesto, lo público de lo privado, en una democracia liberal el cargo es de la sociedad y a ella hay que darle cuentas. Y si no se cumple lo comprometido, procede una destitución.

En España, tenemos un presidente del Gobierno que parece aspirar a vitalicio y hace diabluras para disfrutar del poder. Le es imposible gobernar según un proyecto coherente y se alía con quienes manifiestan un día tras otro su intención de destruir el orden constitucional. Está vaciando las instituciones del Estado, en prestigio y en competencias. Su lema es ‘franquista’: «O yo o el caos»; «o yo o la extrema derecha». Pero bajo su gobierno, esta ha crecido como nunca antes.

Todo esto es indignante y vergonzoso. Hay muchas complicidades, nadie dimite y se va a casa