IGNACIO CAMACHO-ABC

  • El futuro poselectoral se intuye en los estados de ánimo. La izquierda vive en la euforia y la derecha en el desencanto

Cuando el resultado de unas elecciones se aprieta al punto de que al menos dos partidos se reclaman vencedores, basta observar el estado de ánimo de los votantes para saber quién ha perdido y quién ha ganado. En ese sentido el diagnóstico es claro: desde hace una semana, los de la izquierda están eufóricos y los del bando contrario no ocultan su desencanto. El esfuerzo del PP por subrayar su triunfo es parte de su derecho a construir un relato que inyecte moral a sus partidarios. Y es legítimo mientras no pretenda confundir a nadie sobre las posibilidades reales del candidato a una investidura carente de los apoyos necesarios. Ese intento resultará útil para comenzar el trabajo de oposición, reivindicar el liderazgo de Feijóo y dar relevancia a sus 137 escaños, pero está condenado de antemano al fracaso por la sencilla razón de que le falta masa crítica de respaldo. Su indiscutible valor simbólico no debe llamar a engaño.

La función esencial de unos comicios generales consiste en producir un Gobierno a través de una mayoría (absoluta o relativa) en el Congreso. Y sólo existe al respecto una fórmula viable en términos reales, además de un margen cierto de bloqueo. El acuerdo transversal de las dos grandes fuerzas es una idea sensata, lógica y responsable pero todos sabemos que por desgracia su grado de probabilidad es cero porque Sánchez no está dispuesto. El presidente quiere otro Frankenstein y ése es su único modelo, el que tiene en la cabeza desde el momento en que irrumpió en la escena pública con el terco designio de llevarlo a efecto. Lo puede volver a ahormar, aunque las combinaciones matemáticas son muy ajustadas, incluso en el caso de que Puigdemont decida en última instancia darle calabazas, si logra atraer el voto de la diputada que Coalición Canaria ha enviado a Madrid en sustitución de Ana Oramas. El resto de «la banda» –Rivera dixit–sólo está a la espera de pulsar el botón que confirme la alianza.

¿Porcentajes? Ocho a dos, quizá nueve a uno, dicho sea con la imprescindible cautela que la sorpresa del 23-J aconseja adoptar en cualquier apuesta. Si hay algo que une a esa amalgama heterogénea de nacionalistas, separatistas y extremistas de índole diversa es el propósito común de cerrar el paso a la derecha. No van a desperdiciar, si se les pone a su alcance, la nueva oportunidad de sumar fuerzas. Otra cosa será la dificultad de gobernar luego con tan estrecha y precaria correlación aritmética. Pero las cosas son como son y no como a algunos, o muchos, les (nos) gustaría que fuesen, de tal modo que ahora mismo Sánchez está en condiciones objetivas de autosucederse. Las sinergias parlamentarias salidas de las urnas juegan a favor de sus intereses y es el PP el que va a sufrir las consecuencias de una victoria insuficiente. Ya dejó dicho Andreotti que el poder desgasta siempre… pero sobre todo al que no lo tiene.