A principios de diciembre pasado, el primer mensaje que emitía el nuevo portavoz del IS, Abu Hasan al Muhajir, iba precisamente dirigido a animar a sus correligionarios a actuar contra intereses turcos. En la misma línea se pronunciaba el califa del grupo yihadista, Abu Bakr al Bagdadi, pocos días antes del atentado de esta Nochevieja contra la sala Reina.
A pesar de que la Inteligencia turca –MIT– estaba alertada sobre estas intenciones del Estado Islámico de atacar en una de las principales ciudades del país contra salas de fiestas u otras aglomeraciones de personas, finalmente tuvo lugar este atentado tan bien planificado en cuanto a finalidades, procedimiento y simbología, y ejecutado incluso con detalles de profesionalidad.
Los objetivos conseguidos por el IS son notables. Por un lado, le sirve de venganza por las acciones llevadas a cabo por el ejército turco en el norte de Siria desde el 24 de agosto pasado en el marco de la operación Escudo del Éufrates, la cual, según fuentes oficiales turcas, ha acabado con la vida de más de un millar de combatientes del Daesh (acrónimo en árabe del Estado Islámico), y actualmente tiene sitiada a la población de Al Bab, uno de los bastiones de esta organización terrorista en territorio sirio. Sin olvidar que las tropas turcas también están presentes en la ofensiva que se desarrolla contra el IS en Mosul (su capital en Irak).
También es una forma de responder al reciente acuerdo alcanzado entre Ankara y Moscú, que implica la legitimación y consolidación del régimen de Bashar Asad, un cambio radical de la postura que había mantenido Turquía durante cinco años y que le ha terminado de enemistar con grupos yihadistas, incluido el IS.
Otro propósito logrado por el IS es el de profundizar en la brecha de la división social existente en Turquía entre laicistas –kemalistas–, musulmanes moderados e islamistas, que se culpan mutuamente de los males que padece el país y de aprovecharse de injerencias externas.
La simbología también es importante. Para los salafistas-yihadistas, las salas de fiestas son la representación de todo lo prohibido, lugares de perversión y vicio, emblemas de una sociedad que juzgan decadente y que debe ser sustituida por un nuevo orden religioso profundamente rigorista. Además, al atacar a extranjeros, también consiguen un mayor eco mediático.
No obstante, el atentado ha tenido su parte de fracaso, pues si a buen seguro el IS esperaba asesinar mayoritariamente a «cruzados», lo que básicamente ha conseguido es acabar con la vida de musulmanes, tanto turcos como de otra docena de países, destacando siete saudíes.
Lo cierto es que el Estado Islámico había aprovechado cuando menos la pasividad del Gobierno de Recep Tayyip Erdogan para asentarse en un país cuya creciente radicalización religiosa le facilitaba tender redes de simpatizantes. Ahora Turquía ha pasado de ser un refugio seguro y lugar de tránsito de personas deseosas de integrarse en las filas de los grupos yihadistas, a convertirse en un Gobierno «vendido a los cruzados europeos» y por tanto en claro objetivo prioritario.
Por su parte, el presidente Erdogan intentará rentabilizar el atentado para conseguir apoyos en su particular lucha contra el IS en Siria, algo de lo que hasta ahora ha acusado a Estados Unidos de negarle.
En definitiva, una complejísima combinación de múltiples intereses de todo orden rodean a la conflictividad sirio-iraquí, que a buen seguro seguirá generando terrorismo en Turquía, en la región y en Europa.
Pedro Baños es coronel, analista geopolítico y experto en Terrorismo