¡De rodillas!

 

Juan Carlos Girauta-ABC

  • Hoy en EE.UU., y por tanto aquí mañana, multitudes extraviadas alzan los brazos al cielo y recitan preces civiles en un éxtasis de Starbucks

Crece como maleza una necesidad de engaño y redención. Su premura y su presura buscan causa. No es fe, pues los novísimos rituales urbanos de humillación llevan más magia que religión en el megáfono y en la cámara del móvil. Prosélitos súbitos coexisten con turbamultas ávidas de Oleds gratis de 60 pulgadas y zapatillas Nike, pero no tienen tan claros sus objetivos.

Hoy en EE.UU., y por tanto aquí mañana, multitudes extraviadas alzan los brazos al cielo y recitan preces civiles en un éxtasis de Starbucks. De aquellas ciudades ya no podremos decir, como Lorca en Nueva York, que «sacerdotes idiotas y querubes de pluma van detrás de Lutero por las altas esquinas». Pasa que los idiotas y los querubes

van detrás de cualquiera que se suba a un banco y les comunique, solemne, que son culpables (en general) y que pueden redimirse.

De estos días estúpidos recordaré a la muchacha rubia que, a instancias de quien la aborda y la graba, se arrodilla en la acera, pide perdón y aclara que ella no apoya a Trump. Puede marcharse. Recordaré a una pareja besando las botas de un desconocido porque son blancos y eso hay que purgarlo. Recordaré una masa genuflexa frente al espontáneo mistagogo que se viene arriba. Recordaré, como excepción, a varios ciudadanos negros pidiendo o exigiendo a progres blancos muy comprometidos con la causa que no les victimicen por el color de su piel, que no incurran en un nuevo racismo, que no les necesitan para nada porque ya son libres.

En la antropología de la religión y de la magia, James Frazer escogió la incertidumbre como principal elemento de distinción entre sus dos campos. Si el creyente espera que la entidad invocada cumpla sus instrucciones, es magia. Si el creyente suplica humildemente algún favor aceptando la incertidumbre, es religión. A Marvin Harris, el más popular antropólogo marxista, no le convencía la diferenciación de Frazer porque contradecía «el trabajo de campo». Pero el trabajo de campo de la antropología marxista padece un mortal sesgo de confirmación. Eso sí, nos ha procurado momentos de gran diversión al forzar hasta lo estrambótico, no ya la interpretación de la realidad, sino la realidad misma para validar el comunismo primitivo.

Y si el comunismo es una religión, lo que me parece fuera de duda, lo que está sucediendo estos días en las ciudades estadounidenses es -junto a la legítima indignación por la muerte violenta de George Floyd, junto al vandalismo que aprovecha dicha indignación- una espectacular explosión de magia. Tiene sus rituales de humillación, la purificación instantánea del mortificado, el ominoso placer de agacharse, el escamoteo de un deseable debate mediante desbordamientos sentimentales, la multiplicación de rituales salvíficos callejeros. La moda aquí se va a adoptar y se va a adaptar. Pronto seremos instados, en cualquier esquina, a arrodillarnos ante un catalán. ¿Debería practicar ante el espejo?