JOSÉ LUIS ZUBIZARRETA-EL CORREO
- No es tanto el voto favorable de EH Bildu al Presupuesto cuanto el empeño en elevar a categoría de socio preferente a quien no pasa de ser supernumerario
No era preciso ser vidente para prever que las enmiendas a la totalidad de los PGE decaerían. La mayoría de los que las presentaron, no sólo daba por descontado su rechazo, sino que lo deseaba. ¡Quién iba a cargar, en medio de la incertidumbre que mantiene en vilo al país, con el reproche de haber contribuido a hundirlo en el colapso! No se dirimía, en efecto, sólo la estabilidad del Gobierno, sino, junto a ella, el futuro electoral de quien osara tumbarlo. Las dudas no eran sobre el resultado de la votación, sino sobre el reparto de síes y noes, así como sobre la escenografía que se montaría al presentarlo al público por unos políticos tan adictos al espectáculo como los que nos gobiernan.
Todo se había centrado en si la mutua exclusión entre UP y ERC, de un lado, y Cs, de otro, tendría ya efecto en este momento procedimental o se pospondría hasta la votación definitiva. De momento, Cs ha aguantado el embate y los otros no han logrado imponer su empeño. Pero lo que ha causado una mezcla de sorpresa y escándalo ha sido la incorporación de EH Bildu al club de los «socios preferentes» de la investidura y, sobre todo, la teatralización que en torno a ella se ha organizado. Hasta el punto de que, por el anuncio que de ella hizo Otegi con premeditada antelación y la entusiasta ovación con que le respondió Pablo Iglesias, uno tiende a pensar que la nueva adquisición, más que apoyo al Gobierno, es el caballo de Troya que se infiltra en su entorno más íntimo, no para servir de ayuda al conjunto, sino para dividir y ponerse del lado de uno de sus miembros. Sea o no así, y no hay razón para creer que no lo sea dado el silencio que ha guardado la otra parte, el hecho confirma la verosimilitud de que, en el seno del Ejecutivo, va a librarse una agria batalla en torno a la orientación política que ha de seguirse en adelante y al beneficiario último de su aún incierto desenlace.
Tras estos meses en que a la incoherencia interna de la coalición se ha sumado la inseguridad creada por la pandemia, la estabilidad del Gobierno había sido puesta en entredicho. Ahora, la probable aprobación final de los Presupuestos vendrá a despejar dudas y a asegurar su permanencia hasta el término de la legislatura, salvo que decida acortarla el presidente a su conveniencia. Esta seguridad le supone sin duda al Gobierno un enorme alivio. Ahora bien, le plantea también un riesgo. Y es que, ante el temor que ha confesado el vicepresidente de que, en las coaliciones, siempre pierde, a efectos electorales, el socio menor, podría darse que, aprobado el Presupuesto, optara por acentuar las diferencias ideológicas y desdeñar las coincidencias programáticas, con tal de sacar tajada partidista o salvar su particular pellejo. La teatralización que en torno a la incorporación de EH Bildu ha montado habría sido, en este caso, sólo un entrante de lo que nos queda por degustar. ¡A qué ha venido, si no, la provocadora exhibición de ideología que la izquierda abertzale y el vicepresidente han escenificado al presentar la nueva incorporación con declaraciones tan fuera de todo como «vamos a Madrid a tumbar definitivamente este régimen», «esto es sólo el comienzo» o «integrarlos en la dirección del Estado». La fundada suspicacia que todavía suscita en amplios sectores del país, y no sólo de la derecha, cuanto tiene que ver con la izquierda abertzale habría demandado, si es que hubiera querido evitarse, bastante más tacto y prudencia y menos alharacas y fanfarronadas. ¡Pena que aquel locuaz Sánchez sea hoy el taciturno Pedro que se niega a dar explicaciones!
Mucho se ha dicho ya, y más aún habrá que decir, sobre si lo que se ha producido ha sido obsceno blanqueo o normalización democrática de quienes aún tienen cuentas que rendir ante la sociedad. Pero me excusarán si dejo este asunto y expreso una doble curiosidad que me tiene inquieto. La primera gira en torno a la desazón que habrá creado en tantos miembros del PSOE y, más en concreto, del PSE, que aún sangran por el mal trato recibido en el pasado de estos nuevos socios que no les han pedido ni excusas. La segunda se refiere a la incomodidad que habrá causado en un partido como el PNV, tan de orden, tan pragmático y tan alérgico a cualquier definición ideológica, al tener que compartir el título de «socio preferente» en Madrid con quienes tan poco y mal los quieren en Euskadi. ¡Y todo por el capricho de convertir en preferentes escaños que, a efectos del Presupuesto, eran simples supernumerarios!