Los vascos estamos enamorados de nuestra propia imagen. Pero de una imagen que no se contrasta con la realidad, por lo que no puede ser corregida. Si nos hemos acostumbrado a sustituir la realidad por la imagen ilusoria de nosotros mismos, entonces estamos condenados para siempre. Y los de ETA, que deben ser vascos, me temo, a lo suyo.
Titular en un medio de comunicación vasco: El ecosistema vasco resiste mejor el fuego que los de otras comunidades. Al parecer, por contar con más bosque mixto, más hayas, robles y encinas. Y además por contar, al parecer, con menos pirómanos, lo que apunta a una mejor economía del suelo, a una mejor economía de la madera.
Se trata de un titular que refleja perfectamente los miles de titulares que, en pocos meses, cualquier lector de prensa en Euskadi se puede encontrar: Somos pioneros en, estamos por encima de la media en, estamos en una posición privilegiada en algo, el sector turístico vasco resiste mejor a la crisis, en Euskadi se compran más coches a pesar de la crisis, los precios de los pisos caen menos que en el resto de España, y así un largo etcétera que demuestra que nos encontramos mucho mejor que el resto de los españoles.
No cabe duda de que, tras cada uno de estos titulares, y de muchos otros, se encuentra alguna verdad matemática, alguna realidad que se refleja en números, al menos estadísticos, sin que con ello se demuestre que lo que dice la estadística sea necesariamente bueno –por ejemplo, que los precios de los pisos no bajen más–. Y, en este sentido, nos podemos encontrar con estadísticas que prueban cosas realmente interesantes. No hace muchas semanas, medios vascos se hacían eco de un análisis de las preferencias políticas de los seguidores de distintos equipos españoles, desde el punto de vista de la autoidentificación en el eje derecha–izquierda, y desde el punto de vista de opción de voto.
Dejando de lado problemas de coherencia interna entre los resultados de la autoidentificación y la opción de voto, algo que no le causaba problema alguno al periodista, había un dato sorprendente y que, como tal, se resaltaba (no conseguí saber si con ironía, aunque creo que no, por la fe en los números estadísticos de la que hacía gala el periodista): entre los seguidores del Athletic de Bilbao encuestados no se encontraba nadie que fuera de derechas.
Resultado: no solamente contamos con un ecosistema más resistente al fuego, sino que contamos con un ecosistema social–deportivo a prueba de los peligros de la ideología conservadora o de derechas. Y que nadie pregunte si la llamada filosofía del Athletic es conservadora o progresista, que nadie pida ni espere un análisis sociológico con intención de objetividad. Y si la masa social –pido perdón por la expresión, pero es la habitual utilizada por los directivos y periodistas deportivos– del Atheltic es un microcosmos de lo que es el conjunto de la sociedad vasca, tendremos que colegir que en Euskadi nadie se autoidentifica como de derechas. Así se explican los resultados de otras encuestas, especialmente de aquellas que valoran a las personalidades políticas.
Alguien pudiera caer en la tentación de pensar que todo lo relatado es una broma, que no está dicho en serio, que es evidente que no refleja la realidad de forma mínimamente objetiva.
Pero es preciso recordar que, en los últimos meses, en otra encuesta aparecía como resultado que el 75% de los jóvenes vascos son felices. No importa que no tengan buenas perspectivas laborales. No importa que la posibilidad de poder comprar un piso sea una quimera. No importa que no sepan ni lo que es el proceso de Bolonia, lo que implica, ni lo que la Universidad del País Vasco–EHU ha hecho de ello. Son, por abrumadora mayoría, simplemente felices.
Quizá sea porque son de izquierdas, porque de derechas no hay nadie en la sociedad vasca. Pero que nadie espere, a pesar de ello, revolución alguna de esa capa social, tan feliz ella. Aunque, si la memoria no me falla, en momentos en los que el paro era de más del 10% en la sociedad vasca, otra encuesta dio como resultado que el 93% de los vascos eran felices. Lo que indica, bien a las claras, que en Euskadi hasta los parados y sus familiares están condenados a ser felices.
Que nadie piense que los párrafos anteriores son un alegato contra el mal uso, contra el abuso de las encuestas y de sus resultados en los titulares de los medios de comunicación. Si así fuera, el problema tendría solución. Pero no es así. Lo apuntado es síntoma de una enfermedad muy seria. Y el término autoidentificación que ha aparecido ya indica por dónde hay que buscar la enfermedad. Algunos piensan que el problema radica en que los vascos están enamorados de sí mismos: la mejor gastronomía, las mejores fiestas –de las pasadas fiestas de Bilbao alguien ha dicho que es la semana más grande del mundo–, las ciudades más humanas, más habitables, más bonitas, un paisaje de ensoñación, una gente amabilísima –nos lo dicen todos los extranjeros inmigrantes entrevistados en los medios de comunicación–. Los vascos están enamorados de su propia imagen. Pero de una imagen que se ha librado de tener que contrastarse con la realidad, por lo que no puede ser corregida.
Se trata de una enfermedad terrible, porque no tiene curación: la ilusión de creerse Napoleón se cura mirando la realidad de uno mismo, a condición de que se esté dispuesto a la prueba de realidad. Pero si nos hemos acostumbrado a sustituir la realidad por la ilusión que de ella nos hemos hecho, por la imagen ilusoria de nosotros mismos, entonces estamos condenados para siempre. Y los de ETA, que deben ser vascos, me temo, a lo suyo.
Joseba Arregi, EL PERIÓDICO DE CATALUÑA, 7/9/2009