Acerca de la falsificación de la historia en el Plan Ibarretxe
El verso de Ángela Figuera lleva días rondando mi cabeza. Un vago sentimiento de envidia hacia el resto de España lo acompaña. Ese resto que, afortunadamente, ya no reza ni recita la �Salve a España� de la poetisa bilbaína. Un rezo y un recitado que, en cambio, convertido en una �Salve al País Vasco�, muchos miles de habitantes de esa tierra musitan, proclaman o, tristemente, lloran, al aplicarlo a su propia situación:
�A ti clamamos los desterrados de ti, que en ti vivimos extranjeros, de tu raíz de ayer desposeídos, de tu verdad de hoy eliminados, a tu futura herencia no admitidos�
El verso se había alojado en mi cabeza a principios de septiembre. Creo que lo introdujo la noticia de que el Ayuntamiento de Ondarribia/Fuenterrabía había tomado el acuerdo de erigir una estatua a la memoria de �Sancho III el Mayor, rey de Navarra, rey del Estado vasco�. Para un historiador, relacionar el nombre de Sancho III con el vocablo �Estado� es una aberración. Todavía hoy los historiadores discuten si es lícito aplicar la palabra �Estado� a construcciones políticas creadas entre la caída del Imperio romano y el siglo XVIII. Lo que no discuten es que tal vocablo no puede aplicarse a una monarquía del siglo XI. Para los no avisados, la sorpresa complementaria podría constituirla el hecho de que Sancho III no pudo proclamarse nunca �rey de Navarra� porque el nombre de Navarra no había aparecido todavía.
Pese a este último dato, nadie discute que Sancho fue el rey, esto es, entonces, el señor de señores de un espacio que, además de parte de Navarra (la otra estaba en manos de los musulmanes), abarcaba parte de la Rioja, el Alto Aragón y los territorios desde el Bidasoa hasta la bahía de la actual Santander. Más aún, por la influencia que, a través de su mujer, ejerció en Castilla y por la intervención que protagonizó en León, el monarca �navarro� se consideró con títulos para reseñar en los documentos de los años finales de su reinado que �imperaba desde Astorga hasta Ribagorza�. Que nadie se precipite. Sólo un historiador puede aclarar el significado exacto, esto es, histórico, de la expresión, que, desde luego, no tiene nada que ver con un pretendido �Estado� y, mucho menos, con un �Estado vasco�. ¡Por favor!, no empequeñezcamos la dimensión histórica de Sancho III.
El verso de Ángela Figuera, con su dramático contenido de desposesión de la raíz, de secuestro del pasado, se ancló definitivamente en mi cabeza al leer el texto del discurso programático que el jefe del Gobierno Vasco pronunció el 27 de septiembre ante el Parlamento de Vitoria. Como tantas otras veces, en su intervención, el lehendakari realizó un homenaje a la Historia. A la historia como sucesión de hechos y, de forma implícita, a la historia como disciplina que los recoge, analiza e interpreta. Para Ibarretxe, el argumento que justifica el futuro que pretende es, precisamente, el pasado: �este ámbito geográfico en el que se ha asentado el Pueblo Vasco a lo largo de la historia ha sido conocido con diferentes denominaciones de Vasconia, Reino de Navarra, Euskal-Herria, País Vasco-Navarro, Euskadi o País Vasco�.
En aras de una mejor información, y dado el papel nuclear que el jefe del gobierno de la Comunidad Autónoma del País Vasco otorga al pasado, creo que es pertinente aclarar algunos datos:
El nombre de Vasconia, más abundantemente, el de vascones, lo utilizaron los romanos para referirse al espacio o los habitantes del territorio que hoy constituye Navarra. De hecho, en la división administrativa que los romanos diseñaron para el conjunto de Hispania, lo que hoy es Navarra formó parte de un �conventus� o circunscripción territorial cuya capital fue Caesaraugusta (Zaragoza). Y, por su lado, lo que hoy son Guipúzcoa, Vizcaya y Álava formaron parte de un �conventus� distinto cuya capital fue Clunia, localidad situada treinta kilómetros al nordeste de la actual Aranda de Duero. Esta separación administrativa está encontrando su confirmación en los últimos hallazgos epigráficos: La frontera política actual entre Navarra y Guipúzcoa y Álava es, bastante aproximadamente, la que separa un espacio con testimonios epigráficos vascones, al este, de otro, con testimonios epigráficos indoeuropeos, al oeste.
El nombre de reino de Navarra apareció a mediados del siglo XII. Antes de esa fecha, y durante los años 980 a 1076, existió una realidad política que, aunque difusa todavía, vinculaba territorialmente al �rey de los pamploneses� partes de la actual Navarra, probablemente toda Guipúzcoa y, según momentos, toda o partes de Vizcaya y Álava, más otras de Rioja y el alto Aragón. Cincuenta años después de la aparición del nombre de �reino de Navarra�, esto es, desde 1200, Álava, Guipúzcoa y Vizcaya pasaron a formar parte del reino de Castilla, al que no dejaron de pertenecer nunca. Por su lado, Navarra siguió siendo reino autónomo hasta 1515. En esa fecha quedó incorporado a Castilla, aunque la monarquía castellana respetó sus instituciones.
Euskal-Herria, País Vasco-Navarro, Euskadi o País Vasco constituyen nombres recientes, con cien años de antigüedad, y responden, precisamente, a la intención de crear la imagen de un espacio político unitario, donde históricamente no lo hubo. En otras palabras, forman parte más de un proyecto de futuro que de una realidad del pasado.
Entre los nombres de dimensión territorial escogidos por Ibarretxe, noto un olvido. Precisamente, el de los nombres que, para denominar a estas tierras, han sido utilizados durante más tiempo a lo largo de la historia. Esto es: Álava, Guipúzcoa y Vizcaya. El primero y el tercero se documentan en una crónica del año 883. El segundo, en un documento de 1025. Curiosamente, estos tres nombres son los que han tenido mayor pervivencia en la historia de la Península Ibérica para denominar espacios que fueron y siguen siendo provinciales. Los historiadores siempre han interpretado este hecho como un síntoma de una temprana territorialización del espacio político a esa escala individual de Álava, Guipúzcoa y Vizcaya. Los propios �Fueros Vascos� lo fueron, como mucho, a esa misma escala. En general, a escalas más reducidas. Bien territorialmente (recuérdese: Encartaciones, Ayala, villas), bien socialmente (los hidalgos, los habitantes de las villas). En este recuerdo de nombres, que, como se ve, son tan importantes, y en esta evocación del pasado, el lehendakari ha olvidado mencionar un hecho que me parece fundamental. Los habitantes de Álava, Guipúzcoa y Vizcaya vivieron, desde 1200, con la misma convicción y entusiasmo que los de otros territorios su pertenencia al reino de Castilla y, siglos después, al reino de España. Ocultar esta realidad es �marcar sistemáticamente las cartas� con las que se juega la convivencia social en el País Vasco. Como ciudadano, puedo aceptar o discrepar de proyectos de futuro. Como historiador y como ciudadano, no puedo aceptar que se me secuestre el pasado.
�Peor que el olvido de un saber es la muerte de un recuerdo� y pienso que, en su selectiva evocación histórica, el lehendakari ha vuelto a secuestrar el pasado, �a desposeer de su raíz de ayer�, a matar el recuerdo de que, por lo menos, desde el año 1200, los habitantes del País Vasco han formado parte con deliberada voluntad de pertenencia a un espacio político que se llamó reino de Castilla y, más tarde, a otro que lo englobó y que, como hicieron ya los romanos, llamamos España.
José Angel García de Cortázar (Papeles de Ermua Nº4) 1/2003