Miquel Giménez-Vozpópuli

El votante que considera imprescindible un cambio de gobierno tras las elecciones se queda perplejo cuando asiste a espectáculos como los vividos recientemente entre los populares y VOX en Extremadura. Ya no se trata de cabalgar la contradicción de pactar con VOX en Valencia o Castilla y León y negarse en Extremadura. Lo dicho y hecho por la señora Guardiola no se compadece con la realpolitik que desde Génova se ha llevado a término con los de Abascal.

Les resumo: ciento treinta y cinco pactos municipales tras las elecciones del 28 de mayo. Nada más y nada menos. Sumen a eso los acuerdos a los que han llegado tanto en la comunidad valenciana como en las baleares y podrán deducir que llegar a acuerdos tampoco es una tarea imposible. Merced a esa entente, capitales de la envergadura de Toledo, Guadalajara, Ciudad Real, Burgos, Alcalá de Henares, Cieza, Molina de Segura, Elche o Valladolid, por citar ejemplos de relevancia, han pasado de estar gobernadas por la izquierda a serlo por PP y VOX.

Lo dicho y hecho por la señora Guardiola no se compadece con larealpolitikque desde Génova se ha llevado a término con los de Abascal

Eso indica que la voluntad de cambio en España es real, palpable, cuantificable y, lógicamente, posible. Y pasa por el buen entendimiento entre las dos únicas grandes formaciones que aglutinan el espectro de la derecha. La visión de vuelo gallináceo de los estrategas de campaña lleva a presentarlas como diametralmente opuestas por un quítame allá esos votos puede producir una enorme melancolía entre el electorado. Nadie vota a alguien que anda peleado con su familia. La gente quiere unidad, acuerdo, seriedad, valores, eficacia, justamente todo lo que no ha sido el gobierno de Sánchez y su Frankenstein.

De ahí que mucha gente, viendo los numeritos pijoprogres de la señora Guardiola, se plantee quedarse en casa. A ese votante, que ya le cabrea bastante que el figura monclovita le haya convocado a votar en plenas vacaciones caniculares, no hay que echarle jarros de agua fría. Al contrario, hay que ilusionarlo, hay que decirle, porque es cierto y posible si se actúa con inteligencia, que podemos acabar con esa pesadilla que hemos aguantado los últimos años.

Y si para transmitir esa firme promesa de unidad, que no uniformización, hay que tomar medidas como decirle a la señora Guardiola que se vaya a su casa, se hace. Feijoó no puede pasarse las próximas semanas echando balones fuera y haciendo dejación de responsabilidades en los líderes regionales de su partido. Porque la última palabra la tiene él y guardársela para que no le digan, no sé qué es, además de una traición a sus compañeros, la torpeza más grande que pudiera cometer.

Feijoó no puede pasarse las próximas semanas echando balones fuera y haciendo dejación de responsabilidades en los líderes regionales de su partido

Lo mismo le digo a VOX aunque en otro sentido. Tal y como van los sondeos, es imposible que VOX gane por mayoría absoluta, ni siquiera que haga el sorpasso al PP. Esto gustará más o menos, pero salvo un giro inesperado no cambiará. Abascal tendrá que entenderse con Feijoó y viceversa. Esto, meridiano para cualquier persona, invalida tirarse los trastos por la cabeza los unos a los otros. Porque el objetivo es Sánchez. A veces parece que PP y VOX no hayan entendido esto.

El argumentario de campaña debería dirigir sus baterías hacia Moncloa y sus satélites y no hacia quienes están combatiendo a tu lado. Uno sabe que los dos partidos pelean por un votante, si no igual, si bastante parecido. Pero se puede hacer campaña con perfil propio, señalando el horror de cuatro años más de sanchismo, sin decir cada día que tu aliado natural es esto o aquello.

Caso de no hacerlo así, uno tendría el derecho a preguntarse si pretenden de verdad echar al sanchismo. Y, ya puestos, a si son realmente patriotas con sentido del estado. Por favor, no nos obliguen a ello.