De vuelta a la realidad

EL MUNDO – 13/09/15 – JAVIER BLÁNQUEZ

· El sábado por la mañana, Barcelona había amanecido como si fuera un 1 de enero cualquiera. Esa sensación de resaca, de arranque lento, pero sobre todo –una vez pasaron los batallones de limpieza– sin signos que recordaran lo que había ocurrido el día antes. Tras la Diada, como con los cambios de año, lo más que se pasa es una hoja del calendario, mientras –como cantaba Julio– la vida sigue igual. Una vez más las miradas impenetrables en la gente, que sigue yendo a lo suyo con sus hijos, sus perros, sus compras o sus tuits. Las banderas, en el cajón.

La manifestación del día antes –que en la escaramuza de las cifras hay quien la equipara con la marcha del millón de hombres del reverendo Louis Farrakhan, y quien la rebaja como quien le echa gaseosa al vino, sin que se pueda negar en ningún caso la densidad de personal y su espectacularidad coreográfica– ya está desconectada de la realidad tangible y pasa a ser, que no es poca cosa, un poderoso símbolo inmaterial. Para eso se convocó: para emitir un mensaje rotundo, aunque abierto a interpretación, y que ya ha llegado a su destino. En Madrid parece que no había nadie en casa, y en casa (nostra) –cuidado– se da por hecho que la independencia es un trámite tirado.

Salió por eso Artur Mas, a quien se le da bien deshinchar los soufflés, a calmar la euforia de los suyos. «Sería un error monumental creer que la independencia está asegurada». Le consta que los votos de la Meridiana son la base, pero no el todo, y que en democracia la masa es poder «¿habrá leído a Canetti en los ratos muertos de Palau?– sólo cuando llena las urnas. Para convencer al tercer millón que le falta no van a servir ni las metáforas ni las pulsiones –la fuerza del símbolo–, sino los datos y los hechos, emborronados entre tanto humo.

Ahí, en su estrategia del todo o nada, está el punto débil. El discurso de la candidatura unitaria –que se llama Junts pel Sí como podría llamarse Mas & Company, o sea, unas lonchas de chorizo, pavo y fuet entre rebanada y rebanada de societat civil– no puede estirarse más: para la clientela convencida va a ser un rush final para elevar el porcentaje y asegurar los escaños, y de puertas para fuera no hay nada que hacer –véase la desastrosa entrevista de Raül Romeva con Stephen Sackur en la BBC–: las trampas semánticas que tienden y las contradicciones en las que incurren no cuelan si hay sentido común. Por eso igual es hora de aplicarlo.

La pirotecnia de la Diada hubiera merecido palabras como éstas de Cioran: «Sólo admiro a dos clases de personas: quienes pueden volverse locas en cualquier momento y quienes son capaces en cada instante de suicidarse. Únicamente ellos me impresionan, pues sólo ellos conocen grandes pasiones y experimentan grandes transfiguraciones». La campaña empezó con un gesto, un gesto espectacular, la versión multitudinaria de, pongamos, ese chicken dance que se marcó Miquel Iceta imitando a Ricky Gervais mientras sonaba una de Queen. Pero ya se acabó la fiesta –la ilusión– y toca volver a la realidad.