En una primera aproximación al pollo que se montó ayer en la SER durante el debate electoral habría que reconocer que si Ayuso había sacado a Pablo Iglesias del Gobierno y del Congreso, Rocío Monasterio ayer lo echó del debate. No debería enorgullecerse de la victoria porque Iglesias aprovechó su salida para hacer que lo siguieran el improbable candidato Gabilondo y la de Mas Madrid, que es médica y madre, no sé si sabían. Se ungió así como líder al que no habían reconocido sus socios en el momento de bajar a la arena.
Les confesaré que yo fui muy fan de Mitterrand, “una mediocridad intelectual sin ideas originales ni principios morales”, dijo Vargas Llosa muy en la línea del retrato que le hizo Jean François Revel en sus memorias. Y recordaba Vargas, tal día como hoy de hace 26 años el atentado del Observatorio, del que salió ileso el 15 de octubre de 1959. Detenido el autor confesó que su mandante era el propio Mitterrand en una operación de imagen. No tengo elementos de juicio para calificar, como Marcos de Quinto, de autoatentado el ataque a la sede de Cartagena, espero que las FSE investiguen la autoría de aquello, y, por supuesto, del envío de balas al ministro Marlasca, a la directora de la GC, Gámez y al candidato Iglesias.
Razones para desconfiar sí tiene la candidata de Vox, porque a Pablo Iglesias es muy difícil recordarle una verdad; ha mentido siempre, incluso sin necesidad, empezando por la payasada de presentarse en taxi al debate. En él recorrió los metros finales del trayecto, menos de 200 y el taxista era, según tuit de Podemos, Cecilio González, el candidato vigésimoquinto de la lista que encabeza Iglesias. Mintió en el debate, falseó los datos al defender que se pague el impuesto sobre el patrimonio “como se hace en otros países de Europa”. España es el único país de la UE en que se paga. John Müller reprodujo la lista de los 27 que lo demostraba. Dijo campanudo que Madrid es la tercera comunidad en número de desahucios. Hasta Cintora se lo desmintió; es la décimosegunda. Mintió sobre las residencias que tenía encomendadas sin pisar una sola de ellas, ni en la primera ola, ni en la segunda, ni en la tercera ni en la cuarta; mintió cuando dijo que él daba instrucciones por whatsapp a la UME y mostró su insoportable sectarismo al acusar a la ministra de Defensa de caer bien a la derecha y a la extrema derecha. Mintió sobre la tarjeta de Dina Bousselham, volvió a mentir al acusar al abogado Calvente de acoso. Mintieron al acusar a Vox de provocar en el mitin de Vallecas, ni una condena para un ataque que dejó 35 heridos. Él recibió en el Congreso a las familias de los agresores de Alsasua a los dos guardias y sus mujeres. Ione Belarra lo calificó de “una pelea de bar”. Esa pobre criatura que nombró portavoz en el Congreso sostuvo que la diputada Rocío de Meer, herida de una pedrada en Sestao lo había simulado con kétchup. El mismo Echeminga acusó de violación a quien había sido víctima de asesinato de la candidata de Podemos a la Alcaldía de Ávila. ¿Yo sí te creo, hermano? Necesitaría mucho más espacio para agotar las mentiras del secretario general y su cuadrilla. La campaña se está encabronando mucho, pero hay un cambio de ciclo. Nadie habría creído hace tres o cuatro años que una portavoz de Vox iba a echar a este tipo de un debate. Otro día hablaremos de ultraderecha y ultraizquierda.