Pablo Martínez Zarracina-El Correo
- Pedro Sánchez pasa de no querer debates con el líder de la oposición a querer media docena
Nadie en España arranca las semanas como la versión más reciente de Pedro Sánchez. El lunes pasado convocó elecciones generales y ayer emplazó a Feijóo a realizar seis debates electorales, seis, todos cara a cara, uno cada lunes, desde la semana próxima a la semana electoral. Cómo deben de estar esas encuestas. «Democracia es debatir», aseguró ayer el presidente con ese aplomo suyo para soltar lo que toque, como si los demás no fuésemos los ciudadanos del país que gobierna desde hace cinco años, sino desconocidos que le acaban de abrir la puerta y a los que va a colocar una enciclopedia. Al escuchar lo del séxtuple debate, se recordó lo inevitable: en las anteriores elecciones generales la democracia era para Sánchez negarse a debatir una sola vez con el líder de la oposición y conceder un único debate con los cuatro principales candidatos.
Aquello se llamó el ‘Debate a cinco’ y nadie en su sano juicio lo recuerda. El plató parecía el ascensor de la Estrella de la Muerte. Moderaban Ana Blanco y Vicente Vallés. Santiago Abascal llevaba chaqueta pero no corbata. Pablo Iglesias llevaba corbata pero no chaqueta. Albert Rivera llevaba chaqueta, corbata y un adoquín. Pablo Casado planteó las elecciones como un referéndum sobre Sánchez. Pedro Sánchez propuso que se dejase gobernar a la lista más votada, se comprometió «aquí y ahora» a traer a Puigdemont y dijo la siguiente frase inolvidable: «No hay nada más fuerte que la verdad».
Ya se ve que hay que tener cuidado con los debates. Han degenerado hasta ser el acmé del marketing político. Vacíos y espectaculares, constreñidos por mil reglas y cronometrajes, ya no circula en ellos una sola idea. Que alguno tendrán que hacer Sánchez y Feijóo, claro que sí. Como en Moncloa no parece temérsele a la sobreactuación, puede que el lunes que viene a primera hora Pedro Sánchez proponga un único debate, pero uno que comience de inmediato y, sin interrupciones ni descansos, termine cuando uno de los dos candidatos caiga inconsciente, momento en el que su rival será nombrado presidente del Gobierno. Pues ni aun así sería lo más raro que hemos visto. Que yo recuerdo a Edmundo Bal llegando a un debate en moto y con chupa de cuero, como un repentino Marlon Brando de centro liberal.
Tour
Multicolor
Yo imagino que la salida del Tour desde el País Vasco le hace mucha ilusión a los aficionados al ciclismo. Que al Gobierno vasco se la hace en cambio porque la cita deportiva será un «gran escaparate» lo sé porque no dejan de repetirlo. A partir de ahí, habrá ciudadanos a los que el deporte les dé igual, otros a los que el ciclismo les aburra y otros que sientan prevención ante los grandes eventos que con frecuencia generan beneficios e impactos que por su espectacularidad bordean la ciencia ficción. Algo sin embargo sí nos involucra a una mayoría de vascos en la ya famosa ‘Grand Départ’: las afecciones al tráfico y a la rutina. Ayer se presentó el operativo de seguridad del Tour y, tras enumerar cortes, restricciones, cierres, afecciones y desvíos, tras recomendar una y otra vez planificación y paciencia, el consejero Erkoreka pareció a punto de reconocerle al ciudadano que lo mejor sería un exilio temporal. Por lo que pueda pasar.
IA
La Voz y los ecos
Que Frank Sinatra cante la canción de un videojuego reciente es un imposible cronológico. Que uno escuche la canción dispuesto a comprobar la superioridad del alma humana sobre la fuerza robótica y, por más que afine el oído, no consiga encontrar un leve matiz que no sea puro Sinatra es un logro de la Inteligencia Artificial. La Comisión Europea quiere etiquetar los contenidos creados por la IA. Para evitar la confusión. Y la estafa. Si las tecnológicas se niegan, habrá que darle la vuelta a la idea. Y comenzar a etiquetar la realidad.