Carlos Martínez Gorriaran-Vozpópuli
- Si España sobrevive es porque no les debemos nada, ni al partido ni a las élites corruptas e ineptas asociadas
Durante mucho tiempo ha regido la idea, elevada a mito, de que el PSOE es un partido irrenunciable, sin el cual la democracia española no funciona. Pero la terca realidad es que después de 1978, y al menos desde Zapatero, ese partido ha erosionado gravemente la viabilidad y credibilidad de la democracia corrompiendo instituciones y empresas, y con el incumplimiento constante de la Constitución. En La sombra: Memoria histórica de Zapatero, la biografía política de José Luis Rodríguez Zapatero, Rosa Díez -temprana exsocialista ella misma- proporciona argumentos apabullantes a favor de la tesis de que el intento de demolición política del Estado constitucional, protagonizado desde 2017 por Pedro Sánchez, comenzó en toda su plenitud con el presidente Zapatero. Otros importantes ex socialistas veteranos, como Jesús Cuadrado, se han mostrado de acuerdo, y otros parecen no lograr reconocerlo sólo por debilidad sentimental.
No es un hecho banal: demuestra la existencia de una estrategia de partido, no sólo de ciertas manzanas podridas, consistente en asaltar el Estado desde dentro de las instituciones, al modo chavista -Venezuela sustituyó a Alemania y Suecia como referencia envidiada-, para ponerlo a su servicio privado. Objetivo casi conseguido gracias a mentiras sistemáticas convenientemente apuntaladas por un impresionante tinglado mediático a su servicio, más la complicidad y beneficio de falsas élites, pues son simples oligarquías endogámicas, en el mundo empresarial y académico (la universidad pública es, por desgracia, una de las instituciones más carcomidas por esa lepra).
El vergonzoso pacto con ETA, ya derrotada, falazmente presentado como consecución pacífica de una paz justa para el aún más falso conflicto vasco, inauguró el proceso de rendición del Estado de derecho al cóctel de fuerza de la pura violencia, representada por la banda terrorista, y corrupción de todo lo público que transformó al PSOE en organización delictiva. Sí, ya sabemos que jurídicamente eso deberá decidirlo el Tribunal Supremo, pero políticamente la cosa está fuera de toda duda, según demuestran las redadas y detenciones diarias de miembros de la cúpula socialista, seleccionada y promovida por Pedro Sánchez en persona desde los días del Peugeot.
De cómo el PSOE se hizo sanchista
La pregunta emergente es si hay que intentar salvar al PSOE de sí mismo y darle otra oportunidad, como no deja de procurar tanto despistado que busca socialistas buenos como Diógenes buscaba hombres con una lámpara encendida en pleno día. Y la derivada: si salvar a ese partido, por la razón que sea -rechazo de un sistema de partidos diferente, o dañino patriotismo de partido-, no condenará a la democracia española a continua zozobra y peligro de incendio.
Algunos interpretan el fracaso de Rubalcaba en librar a su partido de Sánchez, una vez que el astuto secretario general descubrió su carácter de nuevo Frankenstein, como la demostración de que el socialismo alberga restos de integridad que es necesario reactivar. Lo malo del argumento es que Rubalcaba no vio en cambio peligro alguno en el camino al precipicio iniciado por Zapatero, y que cuando quiso actuar contra Sánchez para salvar al partido era tarde: el PSOE se había hecho sanchista. Y esto no pasó de un día para otro. Así que hay otra pregunta: ¿el PSOE se hizo sanchista por fatalidad o por interés? Otros partidos similares han conseguido eludir el horrendo destino populista, o al menos han muerto con honor tratando de evitarlo.
Retroceder un poco en el tiempo puede darnos algunas claves adicionales. El largo liderazgo de Felipe González es visto por no pocos como la edad de oro de la socialdemocracia hispana, de un PSOE elevado a principal partido de Estado e incluso principal articulación territorial y sentimental de España. Pero ya entonces el PSOE inició tres sendas conducentes al destino sanchista: el ataque a la división de poderes para debilitar el judicial (con la reforma constitucional de la elección del CGPJ); la colonización abusiva de las instituciones eliminando toda independencia molesta (con especial interés en controlar y engordar el poder del Constitucional, que tumbó la sensata LOAPA); la adopción paulatina del nacionalismo no solo como aliado estratégico contra la derecha (Zapatero se limitó a incluir a ETA en la coalición), sino como cultura política del propio PSOE, como se reconoce en Cataluña con ese PSC tan nacionalista como los demás.
Ahí tenemos los mimbres principales de la cesta de Sánchez: fortalecimiento abusivo del poder ejecutivo, privatización partidista del Estado, y modelo nacionalista de poder en régimen de monopolio. No es casual, sino absolutamente lógico, que Cataluña y País Vasco, más Navarra, hayan proporcionado modelos probados de demolición paulatina de la democracia desde las instituciones, abuso sistemático de poder y provechosa corrupción económica de los gobernantes y sus socios empresariales.
El progresismo reaccionario
Todo esto habría sido difícil sin una gran estafa ideológica impulsada por la práctica totalidad de la izquierda e imitada, lamentablemente, por esa derecha mayoritaria incapaz de asumir proyectos y actitudes realmente liberales. El supuesto monopolio del feminismo ha sido el oportuno encubrimiento del machismo estructural del PSOE -con sus militantes divididas en celestinas y víctimas-, el ecologismo impostado ocasión estupenda para negocios corruptos, la tópica defensa de la educación en verdadero desastre para ésta en todos sus niveles, de primaria a universidad, mientras la demagógica defensa de los pobres ha terminado en más pobreza y agravamiento de la desigualdad más ofensiva: la que va del patrimonio inmobiliario robado por los corruptos a la imposibilidad de tener vivienda con un empleo honrado. Y un largo etcétera que nada respeta y define una estafa ideológica de proporciones cósmicas y a veces cómicas: el progresismo reaccionario.
Así pues, ¿qué ganamos intentando reflotar y justificar al PSOE? Por si fuera poco, la historia llama la atención sobre su responsabilidad en el fracaso de la II República y la guerra civil, y en sus largas vacaciones durante el franquismo. Si España sobrevive pese a la rapacidad voraz, a la indecencia moral, a la ineptocracia y a las estafas ideológicas socialistas, es porque no les debemos nada, ni al partido ni a las élites corruptas e ineptas asociadas. España funciona porque millones de personas hacen todos los días lo que les toca hacer, y lo hacen lo mejor posible. Eso es todo, y eso es lo importante, no el futuro de un partido que ha elegido ser reo de tribunales. La izquierda sociológica y cultural no va a desaparecer, y lo mejor que puede pasarle es que el PSOE sí desaparezca, porque entonces tendrá un futuro.