Una de las cuestiones más notables en lo que respecta al uso de la lengua en Cataluña es cómo se compagina el uso social de las dos lenguas. Naturalmente no se trata de compaginar, sino de imponer una, adivinen cual, sobre la otra. A tal efecto se están empapelando 16 localidades catalanas con 12.000 carteles para recalcar entre la población la importancia de mantener la preeminencia del catalán en todas las situaciones y no cambiar de lengua en ninguna circunstancia. Uno de los mensajes de denuncia más repetido es: “La mayoría de los jóvenes catalanohablantes cambian de lengua cuando salen de fiesta«. Hay algún otro eslogan que parece tocado por la voluntad sarcástica de los denunciantes, aunque puede resultar de comprensión no inmediata, no ya para hispanohablantes, sino para inteligencias medias: “A la familia que habla catalán y canta ‘cumpleaaaños feeeliz, ‘ánimos’”.
Hace ya casi medio siglo que un meritorio navarro, Matías Múgica, publicó un opúsculo muy notable: ‘Debile principium (un comienzo débil). Libelo sobre la cultura en euskera’. A lo largo de unas pocas decenas de páginas, el autor, navarro y traductor de euskera, daba un repaso al disparatado uso que de la lengua se hacía en el País vasco y Navarra. A los jóvenes vascos y navarros les pasaba algo parecido a lo que experimentan los jóvenes catalanes y ponía algunos ejemplos extraordinarios, algunos presenciados por él: ve a dos jóvenes que hablan con soltura la lengua común, el español y que, de repente, abandonan la koiné para pasar a explicarse mejor que peor, en euskera. Lo que ha pasado y explica el cambio es que a una distancia auditivamente cercana a ambos interlocutores se ha aproximado un tercer personaje, que no debe oírles hablar en erdera, es decir, en la lengua extraña. “Entre unos y otros se tienen muy bien vigilados, apostilla Múgica.
Sin embargo, los vascoparlantes no incurren con tanta facilidad en el cambio de lengua cuando salen de fiesta, aunque la fidelidad al euskera les lleva a extremos algo grotescos, por ejemplo a contratar ‘cuentachistes’ en euskera para amenizar las cenas en cuadrilla. ¿Habrá un asunto más ridículo que externalizar el jolgorio en una fiesta de amigos mediante la contratación de un extraño que les proporcione la diversión en la lengua que merece tal nombre?
La guía con la que se trata de impulsar a las familias a la ejemplaridad para con los hijos habida cuenta de su papel referencial para niños y adolescentes llega a extremos extraordinarios que pespuntean primorosamente el racismo, pese a que se invita a las familias a “abandonar los prejuicios lingüísticos y a no cambiar de lengua por el aspecto físico del interlocutor”, es decir por mucho aspecto de charnego que tenga el pájaro. Otro consejo que se administra a los ejemplares catalanes es que deben hablar en catalán a las personas que no lo dominan con el fin de no privarlas de su derecho a aprenderlo. Estamos, efectivamente, ante un debile principium, aunque es muy de temer que el final será más débil todavía.