- Se volverán a equivocar. En 2017 no vieron que detrás del gobierno estaba el Estado, y ahora no quieren ver que detrás del Estado está la nación
La meta de Pedro Sánchez es la supervivencia y la de ERC la independencia. Sobre ambos objetivos pivota la negociación entre el presidente del Gobierno y Esquerra. Cualquier análisis que se haga de lo que pactan deberá partir de esta realidad evidente. Sánchez sólo dispone de la estrategia de la cesión y del regate en corto para que los separatistas le mantengan con respiración asistida en el poder, mientras que ellos tienen una meta clara, que es crear las condiciones objetivas para no fallar cuando intenten el golpe al Estado por segunda vez.
Desde su fracaso en octubre de 2017 los dirigentes separatistas no se han cansado de repetir que lo volverán a hacer. Quizás el más explícito, aunque no el más conocido, fue Sergi Sabriá, portavoz de Esquerra en el Parlament, cuando en septiembre de 2019 dijo: «El próximo embate al Estado deberá ser decisivo y sin proclamas vacías». A su regreso a España el 12 de julio tras ser amnistiada, Marta Rovira, secretaria general de Esquerra, afirmó: «Hemos ganado y volvemos para hacer el trabajo que dejamos a medias».
Los separatistas aprendieron bien la lección de su fracaso en septiembre y octubre de 2017 cuando creyeron que la flacidez de todos los partidos –de todos– y la indecisión de Mariano Rajoy hasta suspender la autonomía con la aplicación del artículo 155 de la Constitución, les iba a permitir ganar la partida. Hoy son conscientes de su error cuando confundieron el Gobierno con el Estado, y no entendieron entonces que el Estado era más fuerte de lo que imaginaban porque disponía de recursos, instrumentos y medios suficientes para hacer frente al embate: el Código Penal, el Tribunal Supremo, los cuerpos de seguridad del Estado, el control de los dineros públicos y la Corona. Por eso fracasó su intentona.
Ahora sí lo saben y lo tienen claro. La estrategia separatista es ir a por el Estado arrancándole cesiones a Pedro Sánchez: desmantelar sus competencias en Cataluña, recaudar y controlar todos los impuestos echando de Cataluña a la Agencia Tributaria, despojarlo de sus instrumentos legales y debilitarlo hasta que quede inerme. Y que esa debilidad les permita declarar la independencia sin los obstáculos que la hicieron imposible en octubre de 2017. Empiezan por sacar a España de Cataluña para que después sea más fácil sacar a Cataluña de España.
Los dirigentes separatistas no tienen prisa; creen que la independencia de Cataluña es cuestión de tiempo y están seguros de que caerá como fruta madura. Si ahora no es posible lo será cuando pase algún tiempo; no mucho. Ese es el trasfondo del mercadeo de trasferencias que le están arrancando a Pedro Sánchez. Lo estamos viendo.
El Código Penal castigaba con penas de cárcel los delitos de sedición y malversación, y los dirigentes separatistas tuvieron que sentarse en el banquillo de los acusados del Tribunal Supremo. Se les juzgó, se les condenó y pasaron años en la cárcel. Pero en enero del año pasado el presidente cumplió la condición que le impusieron los separatistas para votar su investidura, y eliminó el delito de sedición y suavizó el de malversación. Se dejaba vía libre a la impunidad para cuando volvieran a intentar un nuevo golpe al Estado. Fue un paso más hacia su debilidad e indefensión.
Los separatistas saben que controlar la caja de los dineros del Estado es clave para alcanzar la independencia. Y por ese motivo Esquerra se ha lanzado a fondo en una negociación inmisericorde con Pedro Sánchez. Creen que transferidas las competencias policiales y de seguridad, desarbolado el Código Penal y marginado el Tribunal Supremo al carecer de base legal para actuar, sólo les falta quedarse con los dineros del Estado. A la soberanía fiscal le seguiría la soberanía política. Entonces les será más fácil dar el portazo y que apaguen la luz los que se quedan al otro lado del Ebro.
Conseguir el control de las arcas del Estado es para Esquerra un asunto de vida o muerte. Sabe que el descalabro electoral del 12 de mayo por pactar con Sánchez fue un castigo de su electorado más radical, que se fue a la abstención o votó a Puigdemont. Sus dirigentes saben que ahora no pueden fallar y tienen que demostrar que su política de pacto con Sánchez no es una traición al separatismo, sino la más beneficiosa para conseguir la independencia de Cataluña. Por el pragmatismo, a la independencia. Ese es su argumento para conseguir el apoyo de militantes y votantes.
Pero hay una pregunta: ¿por qué Pedro Sánchez no somete ese acuerdo al voto de sus militantes como ha hecho Esquerra? La respuesta es clara: porque teme que le den la espalda.
Quieren arrancar a Sánchez todo lo que necesitan y presentar a sus votantes los despojos como un triunfo que allana el camino a la separación de España. Aspiran a presentarse como el independentismo útil ante el que Sánchez no tiene otra alternativa que ceder. Y a Puigdemont sólo le queda el recurso de montar el número y entrar en España para provocar su detención y tratar de abortar la investidura de Illa.
Pero se volverán a equivocar. En 2017 no vieron que detrás del Gobierno estaba el Estado, y ahora no quieren ver que detrás del Estado está la nación. Y eso son palabras mayores porque su ceguera podría provocar un conflicto que nos devolviera a lo peor de nuestro pasado.