El Correo-MARÍA TERESA BAZO Catedrática de Sociología
Los partidos tienen que olvidarse de muertos y rencillas personales y hacer un trabajo serio. En una democracia madura se precisan políticos realistas, generosos y valientes
Entre quienes valoran la importancia de España por sus gestas en el pasado –como ningún imperio ha realizado– y también por su situación actual en el conjunto de las naciones del mundo, así como en buena parte de la sociedad, se percibe una sensación de pérdida de valores, de modos de comportamiento políticos y sociales que nos hicieron progresar política y socialmente. En los últimos años se ha cuestionado por parte de cierta izquierda el logro del acuerdo que llevó a la redacción y aprobación mayoritaria de la Constitución en una sociedad en la que unos habían participado en la tragedia de la Guerra Civil y otros, más jóvenes, consideraban que con la dictadura finiquitaba una etapa que había que superar. Con la transformación económica y social que se había producido en España, todos entonces deseaban seguir progresando en todos los ámbitos para el bien de sí mismos y de sus descendientes y conseguir el respeto y convivencia pacífica que una sociedad de personas trabajadoras, generosas y solidarias merece. Todo lo cual, junto a otros elementos, facilitó una Transición política considerada modélica que, de manera sobrevenida, algunos están poniendo en cuestión.
Ya con la democracia España se ha transformado en unos relativamente pocos años. En 2018 ocupa el decimotercer puesto en la economía mundial; ha pasado de ser un país de emigración a uno de recepción de tantas personas de otras naciones; ha aumentado su número de habitantes hasta superar los 46 millones; la esperanza de vida es la segunda más alta del mundo después de Japón. Su clima, nivel de vida, de seguridad, el carácter en general amable de las gentes, unas infraestructuras razonablemente extendidas, sus paisajes, arte e historia atraen a cerca de cien millones de turistas de todo el mundo. Es líder mundial en donaciones de órganos con un sistema que tratan de imitar otros países y, por cierto, según la OCDE el nivel medio de polución del aire es algo menor que la media del conjunto de los treinta países más desarrollados del mundo.
Sin embargo, muchos ciudadanos se encuentran hartos y se sienten estafados. El panorama político español actual y sus consecuencias económicas y sociales ante la recesión que se pronostica y los posibles resultados de las elecciones –las cuartas en cuatro años, que puede que dejen una situación similar– conducen al cansancio de los políticos y, por ende, de la política y a una cierta ‘depresión social’. Cualquier ciudadano con un mínimo conocimiento es sabedor del alto coste económico que los españoles deben soportar en una estructura de Estado con dieciocho gobiernos y otros tantos parlamentos. Muchos se sienten maltratados y humillados por quienes creen que con los votos solo quieren legitimar su poder sobre vidas y haciendas para saciar sus ansias menos nobles. No deja de aumentar el gasto público a costa de exprimir con impuestos a la inmensa mayoría del país. En Euskadi, para poco más de dos millones de habitantes, se debe sostener a cuatro gobiernos y cuatro parlamentos, además del central y el europeo. Hay quien se pregunta si los privilegios económicos por el Concierto sirven para que los ciudadanos disfruten, por ejemplo, de un sistema sanitario más eficiente cuya imagen social tanto se ha deteriorado en los últimos años, así como de ciertas ventajas económicas como la anulación de los impuestos de sucesiones y patrimonio que se pagan a lo largo de la vida y después de la muerte. Desean que se estimule la compra de viviendas –la mejor inversión como seguridad para las familias en la etapa laboral y en la vejez–, y se recompense fiscalmente el esfuerzo en la inversión en fondos de pensiones ante el descalabro del sistema que los pensionistas temen.
A finales de agosto se publicó en este periódico que los residentes más pudientes en Madrid «tributan en renta a un máximo del 43%, mientras que en Cataluña lo hacen al 48%, en Euskadi al 49% y en Navarra al 52%». Los ‘ricos’. ¿Y los ‘pobres’? En Euskadi las rentas bajas pagan más impuestos que en Madrid. Navarra, territorio foral de poco más de 600.000 habitantes, ha pasado con el nuevo Gobierno socialista de María Chivite de nueve consejerías a trece, lo que se ha estimado en un coste anual de 750.000 euros. No es extraño que se cuestione seguir con nuestros regímenes forales cuando parece que se va en contra de todas las clases medias. Se facilita la desafección política.
Por toda esta incertidumbre surge cada vez un mayor temor entre empresarios, inversores y familias, que están disminuyendo su deuda y ahorrando. Se ha perdido un tiempo precioso desde las elecciones e incluso desde la moción de censura, cuando el Sr. Sánchez entró en el Parlamento como elefante en cacharrería, para haber realizado los ajustes y tomado las medidas necesarias ante la situación mundial que desde los organismos públicos nacionales e internacionales se advierte a los gobiernos, como un Brexit sin acuerdos o la política de aranceles de EE UU que tan negativamente pueden influir en nuestra economía. Y, como se ha advertido desde hace meses por el FMI y en el Eurogrupo, hay que continuar con políticas económicas sólidas. En la misma línea se ha manifestado el Banco de España ante la desaceleración de la economía española y el estancamiento del mercado laboral. En mayo unos economistas reconocidos advertían en un artículo sobre los fallos principales de nuestra economía: las cuentas públicas, la productividad, la estructura de las exportaciones, el sistema financiero y la fragmentación política en el Congreso.
Los políticos tienen mucho trabajo serio que realizar y olvidarse de los muertos y de las rencillas personales. En una democracia madura como la nuestra con una población de edad cada vez más alta se precisan políticos maduros, realistas, generosos y valientes. Hay que rearmarse de los valores que nos han hecho vivir los años más pacíficos y más prósperos de nuestra historia.