Juan Carlos Girauta-ABC
Pese a la revolución tecnológica, seguimos a la intemperie, somos terriblemente vulnerables
El único virus que he estudiado es el virus del nacionalismo, y todo lo que sé sobre pandemias atañe a la pulsión identitaria que define el siglo. Metáforas aparte, y reconocida mi ignorancia médica, que se ve acentuada por la hipocondría, detecto algunas circunstancias preocupantes cuando pienso en la crisis del coronavirus. La principal es la precaria utilidad del Big Data, la alta velocidad de procesamiento y la Inteligencia Artificial. Pese a la revolución tecnológica, seguimos a la intemperie, somos terriblemente vulnerables.
Hace tres años asistí a un seminario de una semana en Oxford sobre fenómenos disruptivos, con los principales especialistas del mundo como ponentes. Era uno de esos cursillos intensivos que muchos trasladan luego a sus currícula como «máster».
Mi máster de verdad me había costado dos años enteros de trabajo duro. Pero no nos dispersemos.
Si algo parecía indiscutible a la vista de lo que se nos exponía es que el estado de la tecnología, la mezcla de ciertos avances, enfoques y aplicaciones, anunciaba cambios drásticos para los años siguientes en casi todos los aspectos de la vida humana: ocio, trabajo, educación, movilidad, información o sanidad. Era en este último campo donde los beneficios se anunciaban inminentes, exhibiéndose impresionantes ejemplos prácticos ya en marcha. Existía una especialidad en concreto donde las inmensas mejoras parecían obvias dada la posibilidad de procesar muy deprisa gran cantidad de información para detectar patrones: la epidemiología.
Pues bien, a la hora de la verdad los resultados son decepcionantes. Las diferentes autoridades sanitarias aplican políticas contradictorias, y la OMS va a rastras de los acontecimientos; practica una ambigüedad estéril vacilando con la aplicación del término «pandemia». Juego que, sospecho, circunscribe su utilidad al reparto de responsabilidades entre las compañías de seguros y reaseguros y las empresas afectadas por cancelaciones de ferias, congresos, convenciones o paquetes turísticos.
No hay una Inteligencia Artificial que esté identificando pautas de expansión global a base de procesar innúmeros seguimientos detallados a una velocidad endiablada. Puede que en otras áreas, como el consumo de ciertos productos, y al servicio de la eficiencia de grandes compañías. No, desde luego, en las manos de gobiernos y organizaciones internacionales a la hora de captar y acotar el crecimiento del coronavirus. Lo que no significa que nadie lo esté haciendo bien. Seguramente todos lo hacen tan bien como pueden. Solo estoy expresando una decepción tecnológica. O más bien una decepción política por el desaprovechamiento de facilidades tecnológicas ya existentes. Porque una cosa es el estado de las artes en el momento presente y otra muy distinta la capacidad de esos elefantes que son los Estados, la Unión Europea o la ONU para poner unas tecnologías existentes a nuestro servicio.