ABC 21/03/17
IGNACIO CAMACHO
· Anticlericalismo de salón, toques de pensamiento Disney, coqueteos nacionalistas y antifranquismo retroactivo
EL drama contemporáneo de la izquierda europea consiste en que los ciudadanos no confían en ella para frenar al populismo de derechas. En Holanda han elegido a un camaleónico liberal contra el provocador Wilders, y en Francia, ante el hundimiento de Fillon, confían que quien detenga a Le Pen sea el atildado centrista Macron, una versión cosmopolita y millonaria de nuestro Albert Rivera. La socialdemocracia retrocede porque, ante un liberalismo que le ha achicado el campo asumiendo parte de sus postulados, carece de líderes y de respuestas. Conserva las estructuras de sus viejos partidos pero las ha convertido en carcasas huecas.
En España el PSOE, estabilizador histórico de la democracia, también parece haberse quedado sin ideas. La batalla de las primarias es, literalmente, primaria: una simple confrontación de etiquetas. Susana Díaz no sabe cómo desmarcarse del marbete con que sus adversarios la han marcado como submarino de la derecha, y Pedro Sánchez propone una alianza con Podemos que lo sitúa en los márgenes del sistema. El duelo va a ser a cuchilladas y para atizárselas con más libertad prescindirán de cualquier estorbo en forma de propuesta. Ya pensarán en el Estado de bienestar los expertos, que no tienen que fajarse en la reyerta.
A tenor de lo visto, ser de izquierdas en España consiste en prohibir la misa televisada o derogar los acuerdos con la Santa Sede, que algunos aún llaman anacrónicamente Concordato; memoria histórica guerracivilista y algún brindis de oportunidad como el de la prohibición de cortarles a los perritos el rabo. Anticlericalismo de salón, toques de pensamiento Disney y antifranquismo retroactivo mezclado con evocaciones de la legitimidad republicana. Díaz acaba de aprobar una ley que en la práctica deroga la amnistía del 76 mientras se le levantan las ciudades en un clamor contra su gestión sanitaria. El apoyo al colectivo de estibadores, un reducto de casta sindical atrincherada, muestra la confusión ideológica en la lucha contra la desigualdad, sobre la que nadie aporta no ya soluciones viables sino ni siquiera sugerencias claras. La renta básica ya no es patrimonio progresista: Cs tiene un modelo y hasta el PP podría aceptarla en parte si le encajasen las previsiones presupuestarias.
Ante ese páramo ideológico, la base social del centroderecha se va ensanchando; en tanto los socialistas disputan el espacio demagógico a Podemos, una porción de su antiguo voto moderado tiende a embalsarse en Ciudadanos. Como tampoco disponen de un proyecto nacional sólido, sus electores no nacionalistas se sienten mal representados. Sólo el populismo sabe a lo que juega mientras el PSOE titubea entre considerarlo su aliado o su adversario. En esa vacía disputa nominal por ver quién se dice más de izquierdas, los candidatos no se percatan de que van a perder su sitio en la sociedad aunque ganen el liderazgo.