ABC-IGNACIO CAMACHO

Rara vez se ha visto una coalición nacida con menos entusiasmo ni con más demostraciones de recíproco desagrado

LA buena noticia es que, como no podía ser de otro modo, en Andalucía se ha acabado sellando un pacto –o dos, o uno subdividido– para el cambio. La mala es que no ha pasado ni un día sin que afloren reticencias entre los partidos que lo firmaron. Ese panorama de recelos barrunta malos presagios para la tarea hercúlea de regenerar un sistema viciado. La cohesión de un Gobierno que aún ni siquiera se ha formado está amenazada desde el principio por la desconfianza entre unos aliados que parecen avergonzarse de su propio trato. Rara vez se ha visto una coalición nacida con menos entusiasmo ni con más ceños fruncidos, narices tapadas y otros gestos de escrúpulo o desagrado. Estos socios mal avenidos tienen por delante un inmenso trabajo y no resulta buen comienzo afrontarlo con señales de asco. Salvo el PP, que ha puesto buena voluntad para hacer de intermediario por ser el que mejor parado sale del reparto, los otros dos asociados se empeñan en demostrarse mutuo rechazo. Y aunque el único vínculo que los ligue sea que ninguno de ellos podía decepcionar a su electorado, todos deberían recordar que a la política en general, y al poder en particular, se llega de modo voluntario. Con ese talante tan renuente y amoscado les va a costar aguantar cuatro años frente a una oposición que conoce mejor que ellos el patio y que desde el primer minuto les va a lanzar dentelladas de escualo.

Un cometido como el que les aguarda no se puede asumir arrastrando los pies ni aparentando incomodidad o desgana. Para eso es mejor quedarse en casa. El triunfo del centro y la derecha se ha producido por una especie de conjunción astral inesperada, pero ha llenado de optimismo a millones de andaluces que ya habían desistido moralmente de presenciar la alternancia. Esa gente no entiende que una expectativa tan ilusionada suscite en sus protagonistas tal mezcla de suspicacias, roces, conflictos presentidos y malas caras. Se trata de una oportunidad histórica de revertir el signo escéptico y decadente de una comunidad resignada, y los elegidos para esa misión han de ser conscientes de que administran un formidable pero efímero capital de esperanza. Y para no malversarlo van a tener que demostrar su determinación y su eficacia en las primeras semanas.

En cuanto la nueva Junta tome posesión se acabará el tiempo de la palabrería y de los buenos propósitos reformistas, y se abrirá el de las decisiones ejecutivas. Ahí no van a valer actitudes evasivas; el poder se ejerce sin pedir perdón ni excusas huidizas. El PP y Cs tendrán que negociar –con Vox o con las fuerzas opositoras– para completar una mayoría pero las vacilaciones no les están permitidas: o cumplen de inmediato algunas promesas o su Gobierno se convertirá en una rutinaria carcasa administrativa. La obligación que se han echado encima es demasiado importante para enredarse en desavenencias de familia.