Pedro García Cuartango-ABC

  • A Sánchez le han salido gratis sus desafortunadas declaraciones sobre lo sucedido en Melilla

Decía Woody Allen en ‘Misterioso asesinato en Manhattan’ que cuando escuchaba a Wagner durante más de media hora le entraban ganas de invadir Polonia. Eso es lo que les ha podido suceder a algunos cuando oyeron a Pedro Sánchez afirmar que su Gobierno «es golpeado por los poderes y sus terminales mediáticas» porque resulta «molesto para determinados intereses económicos».

Crear enemigos imaginarios ha sido siempre una de las tácticas de los regímenes autoritarios y dictatoriales. No encuadro a este Gobierno en esta categoría, pero me parece que las declaraciones del presidente encajan con ese recurso a demonizar a la oposición cuando las cosas no van bien.

Carl Schmitt, el gran teórico del nacionalsocialismo, acuñó el término ‘decisionismo’ para expresar la idea de que el Estado tenía el derecho de eliminar cualquier resistencia a sus objetivos políticos.

Esta es la filosofía que late en las palabras de Sánchez, que supone una deslegitimación sin matices de quienes le critican o repudian su gestión.

Siempre es mucho más fácil apuntar a un enemigo externo para justificar los errores que hacer una autocrítica. Ni siquiera cuando sufre una debacle como los resultados en Andalucía, el presidente es capaz de reconocer que algo habrá hecho mal. Por el contrario, sus adláteres buscan todo tipo de excusas para no enfrentarse a sus responsabilidades.

Lo que está diciendo Sánchez de manera implícita es que hay una conspiración contra el Gobierno y que la derecha no acepta el veredicto de las urnas. Es decir, el líder socialista apela a su mayoría parlamentaria para deslegitimar a quienes no comulgan con sus políticas y sus alianzas.

Hacer oposición a la oposición y presentarla como una fuerza demoniaca es un recurso tan banal como inútil. Ya Nixon, por no citar precedentes anteriores, intentó desprestigiar como enemigo del Estado al periódico que denunció los abusos del caso Watergate.

Cuando un gobernante no entiende que en una democracia la crítica es esencial y que los medios tienen el deber de controlar el ejercicio del poder, lo que está haciendo es tratar de silenciar a la voz de los disidentes e imponer un régimen de uniformidad.

A Sánchez le han salido gratis sus desafortunadas declaraciones sobre lo sucedido en Melilla, en las que ha obviado la terrible y criminal actuación de la Policía marroquí. Y no por ello hay una conspiración de los medios para silenciar su gravísimo error.

Las democracias parlamentarias se basan en la pluralidad, en la libre expresión de opiniones y en la denuncia de los abusos del poder. No entender un hecho tan obvio es inquietante y revela una mentalidad cesarista. Y esa es la que deriva que Sánchez ha emprendido y que reflejan sus actos y sus manifestaciones, caracterizados por una autocomplacencia casi patológica.