Manuel Montero, EL CORREO, 6/6/12
El mundo al revés. Unos presos, en la cárcel por sus delitos, pretenden dictar las condiciones en las que concederán a la sociedad la dicha de liberarles sin cumplir su condena
Sentirán alguna vez que han hecho el ridículo o son inmunes a esta sensación? Es la única incógnita que deja la declaración de presos de ETA. La habían anunciado –Permach– como una «declaración histórica», nada menos. «Va a mover el patio político» y las tierras se resquebrajarían ante tamaña iniciativa. «Nos encontramos a las puertas de una declaración importantísima, probablemente histórica». Se las trae la idea de que una declaración de presos terroristas pueda conmover nuestra política, pero así anda el patio. Llega el acto trascendente y no da ni en parto de los montes. Nada de nada: los mismos lugares comunes de otras veces, quizás expresados de forma más rústica. Deberían pedir disculpas los que dijeron que llegaba un gran anuncio y quienes, en plan enterados, celebraron sutiles avances según los cuales en vez de una amnistía pedirían la reinserción individual (aunque general). Pues ni ese galimatías: amnistía-autodeterminación. Lo de siempre. O sea, pre-histórico. El calificativo ‘histórico’ está totalmente devaluado en el País Vasco, donde a todo se llama así: a cualquier plan, reunión de nacionalistas o declaración soberanista. A los mismos dirigentes batasunos se les suele calificar de ‘históricos’. Siempre. Resulta habitual referirse a Arnaldo como ‘histórico dirigente de la izquierda abertzale’, pero lo mismo se dice de Rufi, hoy en funciones de guía, o del propio Permach. En realidad, se dice de todos –Goirizelaia, Ziluaga, Erkizia, Barrena, Joseba Álvarez…–, produciéndose la curiosa circunstancia de que el movimiento solo tiene dirigentes históricos: no nuevos e históricos, sino solo históricos. Cuando se reúnan, será como una asamblea de druidas talluditos. El término ‘histórico’, cualidad obligada para dirigente de MLNV, no se lo discute nadie y evoca antigüedad, lo que contribuye a explicar su inmovilismo y su gusto por calificar de histórica cualquier cosa que hagan los suyos, aunque sea una menudencia o no sea nada, como es el caso.
El resultado del anuncio que realizó el dirigente histórico de la izquierda abertzale se ha quedado otra vez en agua de borrajas. Solo demuestra que están en otro mundo y que no se enteran de qué pasa en este. Usan argot, un lenguaje solo para los propios y los admiradores. El texto que lo removería todo habla de resolución del conflicto, de que son un reflejo del conflicto político, de resolución democrática, de sus reivindicaciones, de que la comunidad internacional (deben de referirse a Currin) ha de seguir redoblando su implicación, de readecuación estratégica, de que reconocen a ETA (¡!), de reactivar el capital desarrollado… No aporta nada, fuera del regusto por el prefijo ‘re-’: el redactor reputará que así redobla la rudeza expresiva y reconoceremos la reciedumbre de sus reflexiones. No están en estos tiempos. Aún no han llegado a la historia. Fuera de la reiteración retórica, el comunicado, presentado con solemnidad, resulta inane. No contiene nada de sustancia, más allá de que los presos de ETA apoyan a ETA y lo que ETA hace: vaya novedad. Los apologetas han localizado una frase en la que aseguran que están dispuestos a dar nuevos pasos (rebajando sus condiciones para ser liberados, por lo que se entiende) si la otra parte (o sea, el Estado) se aviene a negociar. El mundo al revés. Unos presos, en la cárcel por sus delitos, pretenden dictar las condiciones en las que concederán a la sociedad la dicha de liberarles sin cumplir su condena. Esta gente –los presos y los históricos– deben de pensar que la democracia está ansiosa por saltarse la ley y las sentencias judiciales y que a ellos les toca dictaminarnos cómo y cuándo. Esto es de locos. Los exegetas aseguran que esta encíclica tiene la novedad de que hablan de las víctimas y que reconocen que han causado algún daño. No es exactamente así. En realidad, vienen a desarrollar la idea indecente que usa últimamente la izquierda abertzale y sus entornos, según la cual todos somos víctimas de un conflicto, los terroristas, sus víctimas y los demás. Como si existiese una especie de conflicto abstracto y todo lo demás fuesen consecuencias mecánicas, de forma que el terrorista no tendría responsabilidad en el crimen. Según este vocabulario, ETA es una expresión del conflicto, los presos una consecuencia del conflicto y Euskal Herria y los ciudadanos (y ciudadanas) unas víctimas del conflicto. Como el conflicto lo causa el Estado, dicen, la culpa es suya. En este esquema, sus víctimas serían como mucho otra consecuencia del conflicto, pero de cariz bien diferente a los presos, pues éstos han estado en el lado bueno. Para más escarnio, aseguran que «somos conscientes del dolor generado»: no hay novedad, siempre fueron conscientes de tal dolor, por eso lo causaban y celebraban. Pero lo suyo, dicen, viene de muy atrás: «De hecho, [el dolor] lo venimos sufriendo directamente o en nuestro entorno desde hace generaciones». Aquí no hay reconocimiento de las víctimas, sino desprecio del daño causado y autojustificación, con el agravante de utilizar el dolor que han provocado para victimizarse. El mundo al revés. Todo es efecto de un conflicto imaginario, que por lo que se colige se arreglará cuando se les dé la razón a quienes han elaborado tal fantasía ideológica. Todos hemos padecido el conflicto, pero ellos son los que han hecho lo que había que hacer. Mientras las posiciones de esta gente sean de este tenor, los voluntarismos que creen en la conversión democrática de la izquierda abertzale están llamados al fracaso. Al ridículo.
Manuel Montero, EL CORREO, 6/6/12