Eduardo Uriarte-Editores

El otorgamiento del indulto a los facciosos catalanes (Cebrián así los califica) constituye todo un hito en la destrucción de lo que Zapatero llamaba “concepto discutido y discutible”: la nación. Esta excelsa concepción relativista, o idiotez política, aleja al socialismo español, una de cuyas almas ha sido la anarco-sindicalista, de una referencia necesaria para el encuentro, el ejercicio, político.

No era inoportuna la pregunta, “¿Pedro, sabes lo que es una nación?”, porque de su desconocimiento se deduce la falta de un referente teórico imprescindible y básico para ordenar los cauces liberales y republicanos que permiten una coherente convivencia política. La orfandad ideológica de nuestro socialismo, especialmente desde la caída del Muro, la ha suplido con una serie de políticas sectoriales, feminismo, inmigración, identirarismos, que no son suficiente para la gestión de (lo inasequible) la nación y su Estado. Sin embargo, este hallarse fuera del espacio político le permite proceder a todo tipo de arbitrariedades, como son los indultos a los sediciosos, sin consciencia del caos provocado, y la consiguiente transformación de la forma de Estado que este tipo de decisiones provoca.

En el abandono de la nación existe una fase previa que es la erosión de los diversos estamentos que constituyen el actual Estado -institución íntimamente unida a la nación desde las revoluciones liberales-, salvo el Gobierno, y más concretamente su loado presidente. El rey, que ya había sido impedido por el Ejecutivo a asistir en Cataluña a un acto convocado por el Poder Judicial para evitar la provocación de su presencia, es contradicho en su declaración de defensa constitucional ante la sedición secesionista firmando unos indultos para sus autores, tras ser ninguneado por el presidente de la Generalitat sin que partiera comentario alguno por parte del Gobierno. La figura del jefe del Estado padece un serio maltrato desde el inicio del acercamiento al nacionalismo periférico propiciado por Sánchez.

El Poder Judicial desprestigiado internacionalmente por la condena a políticos que el Gobierno indulta, el Consejo de Estado desatendido, el Congreso de los Diputados convertido en institución subsidiaria del Liceo de Barcelona, y la soberanía nacional puesta en entredicho ante una negociación, Gobierno-Generalitat, a la que el ocurrente Iceta acaba de sugerir, para colmo, el debate sobre la reforma constitucional federal. Será sobre el federalismo asimétrico. Es decir, ese invento de Maragall cercano al tradicionalismo, porque el federalismo ortodoxo, el americano o el alemán, que respetan el igualitarismo, les repugna a los nacionalistas.

Verdaderamente inconcebible, pero ahí está: un Gobierno liquidando el entramado legal y la estructura del Estado que él mismo dirige. Justificando el nacionalismo catalán frente a la nación española que desconoce. Todo un aberrante comportamiento por asegurar Sánchez el poder de forma desmedida, cual un autócrata. Pero, posiblemente también, con el fin de ir transformando el sistema democrático-liberal por otro de naturaleza populista más ajustado a su concepción refractaria al marco constitucional. Pues, aunque hoy diserte sobre magnanimidad, encuentro y concordia no deja de ser el abanderado del sectario No es No, y jefe del Gobierno Frankenstein gracias al apoyo de todos los que abogan por la ruptura política.

Insisto en que la gravedad del problema no reside en los indultos en sí, sino en la trascendencia institucional que estos tienen. El secesionismo queda no sólo dignificado sino políticamente asumido, la democracia española, hoy rota por la mitad, que propuso su procesamiento, internacionalmente desprestigiada -no esperemos apoyos, será abandonada por la Europa democrática como lo fue la II República tras sus desmanes-. Se alienta el proceso hacia el cantonalismo desbocado, el nacionalismo vasco ya está de nuevo en la estela de la independencia, pero el resto de las autonomías -descoyuntada la soberanía nacional- están hoy volcada en un “yo como Cataluña”. El que quiera medrar que se apunte a la secesión o al reino de Taifas.

No se puede hacer más daño a la política. El socialismo español ha demostrado no tener más patria, ni nación, ni más interés, que su propio partido. El foso que separa hoy la generación del felipismo social-liberal del sanchismo izquierdista-libertario es más profundo que el que separaba al primero de la derecha (era normal, ambos eran constitucionalistas). No sólo el secesionismo se ha salido del marco de las reglas de juego, como afirma Felipe González. Si ese fuera sólo el problema no tendría difícil solución. El verdadero y grave problema consiste en que el socialismo que hoy gobierna se ha salido del marco, rompiendo las reglas del juego. Y cuando un Gobierno se sale de las reglas del juego se suele encaminar peligrosamente desde la arbitrariedad a la dictadura.

El resultado de esta aberración política no va a ser la concordia sino el impulso de un nacionalismo convencido de la debilidad del Estado -en profunda crisis siendo exactos- por el deseo del presidente del Gobierno de abatir todos los poderes del mismo que actúan con coherencia constitucional. Pero también en la operación indulto y deterioro del Estado de derecho se facilita la figura del dictador. La república está en peligro por la conculcación de su base sustancial: el respeto de la ley. Quousque tandem, Catilina?