ABC 29/06/17
JAVIER RUPÉREZ
Conozco a Rodolfo Martin Villa desde hace mucho tiempo. Tanto que se remonta a cuando él era Jefe nacional del Sindicato Español Universitario, la organización con la que el franquismo pretendía controlar el mundo estudiantil, y yo, recién ingresado en la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense, un díscolo muchacho disidente que con Gregorio Peces Barba y otros amigos nos dedicábamos a predicar las bondades de la democracia pluripartidista y representativa para el futuro de España. Para decirlo de alguna manera, no estábamos en aquel momento en el mismo bando y motivos dábamos con nuestras algaradas para que los «grises» nos persiguieran por la Ciudad Universitaria porra en mano y Rodolfo no tuviera más remedio que reconvenirnos. Pero siempre lo hizo con la mesura que uno hubiera imaginado incompatible con los que como él militaban en el «Régimen» e incluso en las ocasiones solemnes lucían camisa color añil y blanca chaquetilla de uniforme.
Luego, lo que son las cosas, y tras la muerte del General Franco, nos volvimos a encontrar varias veces. Y estas en el mismo barco. Primero en la UCD que fundó y presidió Adolfo Suarez, en la que nos codeábamos los reformistas del tardo franquismo, como Rodolfo, y los que podíamos presumir de haber militado en la oposición democrática al franquismo. No es que aquel tacto me produjera un incontenible entusiasmo pero de aquellas extrañas alianzas, y otras que harían infinito este relato, nació una propuesta democrática sólida que, vertida en la Constitución del 1978, sigue siendo el baluarte y defensa de nuestras libertades. Y luego otras aventuras nos permitieron participar de comunes trabajos e ilusiones: en el democristiano PDP, al que contra todo pronóstico se había sumado Rodolfo, más tarde en el PP y ahora, cuando por Madrid paso, en la Real Academia de Ciencias Morales y Politicas, que Rodolfo frecuenta con paso mesurado, atenta cortesía y verbo cauto. Y no es que le tenga por gran amigo, que probablemente nuestras respectivas andaderas han transcurrido habitualmente por sendas ligeramente divergentes.
Pero la historia de la democracia en España no puede ser escrita sin la aportación que Rodolfo Martin Villa y gentes como él realizaron en momentos críticos para nuestra supervivencia. Esa fue la grandeza imperecedera de la Transición Democrática a la Democracia. Esa es la epopeya que la chusma del populismo podemita quisiera borrar de nuestra convivencia. Por eso, cuando veo la obscena propuesta de impedir que Rodolfo Martín Villa participe en el Congreso de los Diputados en los actos conmemorativos del cuarenta aniversario de las primeras elecciones democráticas, solo tengo un pesar: no haber podido estar en Madrid para acompañarle en su entrada hacia el hemiciclo de la Carrera de San Jerónimo. Donde durante muchos años tuvo un buen merecido sitio.