TONIA ETXARRI-EL CORREO

 
Lo peor en tiempo electoral, además del desánimo de los votantes, es el despiste. Sobrevivir en medio del polvorín de la manipulación requiere una fortaleza de convicciones superior a la media. De tanto repetir en los círculos independentistas que las detenciones de los CDR son «un montaje» (a pesar de la confesión de sus planes de asaltar el Parlamento) hay quienes ponen en duda la acción de la Justicia. En Cataluña, los independentistas han ido degenerando, a través de sus organizaciones más radicales, hasta protagonizar episodios violentos. Dos años después de aquel referéndum ilegal, los planes que los CDR tenían de asaltar el Parlamento, amén de su presunta tenencia de explosivos, ha encendido todas las alarmas. Sobre todo por la reacción de las autoridades catalanas que, lejos de condenar las acciones de los más radicales de su cuadrilla, se empeñan en repetir que son más pacifistas que Mahatma Gandhi. En un territorio donde se objeta a la ley porque sus gobernantes siguen queriendo imponer sus normas de forma unilateral, el candidato Sánchez se ha percatado (porque así se lo aconsejan sus oráculos demoscópicos) de que va a ser inevitable que el Estado se haga respetar en Cataluña. Entre otras cosas para defender los derechos de todos los catalanes. Se oye el ruido de dos millones de independentistas. Pero el número de habitantes en Cataluña asciende a más de siete millones y medio. La socorrida mayoría silenciosa (y silenciada) salió a la calle en tres ocasiones en 2017 y 2018. Para defender la Constitución y denunciar la política antidemocrática y tiránica (en palabras del ex fiscal Jimenez Villarejo) de los gobernantes independentistas. Concentraciones en las que el comunista Paco Frutos afeaba el desentendimiento de la izquierda ante el desafío secesionista y un encendido Borrell aseguraba que si se hubiera declarado la independencia muchos de los manifestantes estarían en el paro «y el 155 lo ha impedido». Ahora la defensa de la Constitución va por libre desde que los socialistas se desmarcaron de aquella foto. Y muchos votantes de aquellos tres partidos intentan pillar al vuelo la clave de la penúltima jugada. Sánchez insinúa ahora el 155 envolviéndose en la bandera de España (ahora, sí) mientras Iceta se abstiene de censurar, junto a Ciudadanos, al presidente Torra. Desde Waterloo, un desesperado Puigdemont se desentiende de la violencia de los CDR dejando a su valido Torra a los pies de los caballos mientras compara la situación de Cataluña con la Euskadi de los años de plomo en los que ETA asesinó a tantos ciudadanos y no se aplicó el 155.

Una comparación que ha enojado al Gobierno vasco pero que no va a hacer de esa desafortunada comparación un ‘casus belli’. En situaciones tan delicadas como la que está atravesando Cataluña, gobernar significa defender a todos. A los que sufren la discriminación política y lingüística. El adoctrinamiento. A los inversores que se fueron.

Sánchez, como presidente en funciones, dice estar preparado. Se habrá dado cuenta de que si hubiera formado un gobierno sostenido por Podemos, la abstención de ERC y el apoyo del PNV sus socios no le habrían permitido ni sugerir la mínima intervención en Cataluña. En política de Estado no encontrará otros aliados que los partidos constitucionalistas. Tendrá que dejarse ayudar. La sentencia del 1-O será acogida con graves tumultos. Eso es lo que están planificando desde el Gobierno insurgente. Que no hicieron nada, dicen. Pero volverán a hacerlo.