ISABEL SAN SEBASTIÁN – ABC – 09/06/16
· La selección no ha estado a la altura de sus aficionadas catalanas agredidas por mostrar su patriotismo en público.
Formo parte de la legión de españoles que se alegra con los triunfos de la selección y padece con sus derrotas, no por la calidad de su juego, sino por los colores que defiende. Si el equipo se llamara «selección millonaria», obviando la nacionalidad de sus integrantes y aludiendo a su situación económica, es un decir, despertaría un entusiasmo limitado, por espectaculares que fuesen los cabezazos de Ramos o los golazos de Iniesta. La selección nos representa a todos, como ocurre con el himno o la bandera, y de ahí que tantos estemos con ella. Lo cual supone un formidable caudal de apoyo, pero también responsabilidades que han sido vergonzosamente obviadas.
Todavía están esperando las dos mujeres agredidas en Barcelona por reivindicar pantallas callejeras en las que poder contemplar los partidos de la mal llamada «roja» a que algún componente de la misma se digne darles las gracias. La paliza recibida a manos de unos salvajes identificados, aunque de momento impunes, no les ha valido ni siquiera un balón firmado o una invitación a un partido. Claro que el motivo del linchamiento no fue su afición al deporte rey, sino su osadía al enarbolar la enseña de España, junto a la autonómica de Cataluña, en un gesto de activismo ciudadano tan legítimo como pacífico.
En la Barcelona de Ada Colau y Puigdemont, donde la Ley dejó de imperar hace tiempo, la razón de la fuerza se impone por goleada a la fuerza de la razón y las hordas «cuperas» recorren la ciudad sembrando el pánico, conscientes del poder que les otorga la falta de coraje democrático que muestran las autoridades, cómplices del vandalismo por su negativa a plantarle cara. Allí, defender los colores de España, sea en una carpa futbolera, sea en la Universidad, significa jugarse el tipo, como sucedía en el País Vasco en los años de la «kale borroka», cuando ETA ya no mataba pero tampoco dejaba vivir. Hasta que el gobierno central decidió actuar y cortó en seco, cosa que en esta ocasión no ha sucedido, veremos hasta cuándo y con qué consecuencias.
Las jóvenes golpeadas en Barcelona por mostrar en público su patriotismo simbolizan una resistencia cívica casi heroica ante un deterioro de la convivencia que se agrava cada día que pasa porque los garantes del Estado de Derecho han renunciado a cumplir con su deber. Precisamente por eso, por su condición de símbolos, merecían algo más que una condena genérica, de contundencia variable dependiendo de los partidos políticos, y un comunicado escueto, frío y tardío emitido por la Real Federación Española de Fútbol.
Merecían Solidaridad con mayúscula, efusiva y ruidosa, para sentirse arropadas por la Nación que sienten, con toda justicia, como propia. Merecían el cariño y reconocimiento de unos deportistas con los que, francamente, me resulta ya difícil identificarme tras la exhibición de indiferencia o cobardía que nos acaban de regalar.
Sigan percibiendo sustanciosos emolumentos procedentes de nuestros impuestos los directivos de la Federación, el seleccionador, rehén de lo políticamente correcto en sus tibias palabras de condena, y los futbolistas silentes, con la única excepción de Cesc Fábregas, tan recatado como Del Bosque. Cobren, además, generosísimas primas por cada partido ganado. Engrosen algunos sus ya saneadas cuentas corrientes explotando en spots publicitarios sus hazañas pasadas con la selección. España entera ha comprobado que no han estado a la altura de la afición que les sostiene precisamente allí donde más meritorio es mostrar ese respaldo. Pase lo que pase en la Eurocopa, no han sabido honrar la camiseta.
ISABEL SAN SEBASTIÁN – ABC – 09/06/16