Los sucesivos fracasos de diversos sistemas de partidos en Europa han dado lugar al ascenso del populismo y, lo que es más grave, a ensayos irracionales de viejos modelos autoritarios. El caso italiano es paradigmático: se ha quebrado la extraña alianza entre la Liga -una evolución de la separatista Liga Norte, una formación reaccionaria y xenófoba- y el iconoclasta Movimiento 5 Estrellas (M5S) -una especie de movimiento radical, euroescéptico a medias, asambleario, populista y beligerante con la corrupción-, que habían pactado un Gobierno. El Ejecutivo estaba liderado por Giuseppe Conte, un anónimo profesor de Universidad, aunque el que el protagonismo ha sido para sus dos vicepresidentes: Matteo Salvini, ministro del Interior, y Luigi di Maio, titular de Desarrollo Económico, representantes respectivamente de la Liga y del M5S.
Salvini, convencido por las elecciones europeas y las encuestas de que podía aspirar al liderazgo de la derecha y a ser el próximo primer ministro, decidió presentar una moción de censura contra Conte y convocar elecciones. Pero se ha encontrado con que algunas formaciones de la derecha han desistido a última hora de prestarle apoyo -Berlusconi y su Forza Italia- y, sobre todo, con la aproximación entre el Partido Democrático, de centro-izquierda, que lideraba la oposición, y el M5S, ya muy incómodo con sus estridencias. El secretario del PD, Nicola Zingaretti, ya ha advertido al M5S de que para pactar con él deberá aceptar varias condiciones; entre ellas, la pertenencia plena a Europa. Otro de los puntos innegociables -muy expresivo por cierto en la Italia de Mussolini- es «el pleno reconocimiento de la democracia representativa a partir de la centralidad del Parlamento».
Porque el gran descubrimiento de esta legislatura italiana ha sido este personaje vociferante que ha desempeñado de facto el liderazgo, Salvini, orgulloso de su xenofobia, siempre decidido a sortear la ortodoxia económica que le impone Bruselas -como a todos los países de la UE- y que, en línea con el neofascismo más descarado, empieza a pedir «plenos poderes» para enderezar un país, a su juicio, desorientado por el parlamentarismo.
Por fortuna, todo indica que Salvini ha calculado mal y que, en vez de elecciones, el presidente de la República, Sergio Mattarella, podrá sacar adelante un Gobierno de coalición PD-M5S. Pero lo sucedido debe servir de lección a quienes consideran que el declive de los partidos tradicionales es una buena noticia o piensan irrelevante el ascenso de los populismos nacionalistas, más amigos de los referendos que de los parlamentos. La democracia europea está siendo sometida a duras pruebas y es hora de reaccionar porque no podemos resignarnos al declive de la división de poderes y del complejo edificio sistematizado por Montesquieu que ha llevado a la humanidad a las mayores cimas.