PEDRO GARCÍA CUARTANGO-ABC
- No digo que los jueces sean perfectos, pero hoy es más necesario que nunca reconocer el papel que cumplen en una democracia
Decía Quevedo que donde hay poca justicia es un peligro tener razón. Es una frase llena de lucidez porque la razón está desamparada cuando no existe la justicia. La arbitrariedad del poder sólo puede ser frenada por los jueces en una democracia.
La independencia de nuestro sistema judicial está atacada por el Gobierno de Sánchez, que ha asestado duros golpes a este pilar del Estado. El catálogo de agresiones es muy largo. Citaré solo algunas: la amnistía a cambio de escaños, las acusaciones mendaces de ‘lawfare’, las reformas de los delitos de sedición y malversación, la ratificación de un fiscal general del Estado desacreditado y parcial, el favoritismo en los nombramientos y los insultos a los jueces. No hay ningún respeto al poder judicial por parte de un Gobierno obsesionado por poner a su servicio a la Justicia. Tampoco el PP puede presumir de defensa del poder judicial tras mantener bloqueada la renovación del CGPJ durante cinco años.
La Justicia es un instrumento delicado y frágil que sólo puede funcionar si los otros dos poderes del Estado, Gobierno y Parlamento, respetan su independencia. Esto ya lo dijo Montesquieu, pero no ha calado en este país.
He leído ‘Los valientes están solos’, el libro de Roberto Saviano sobre Giovanni Falcone y la lucha de los jueces y fiscales de Palermo contra la Mafia. Me parece que la obra debería ser de obligada lectura para los políticos porque los asesinatos de esos servidores de la ley sólo fueron posibles en el contexto de una falta de protección del Estado y de deslegitimación del poder judicial.
Si los gobiernos de Roma, y especialmente la Democracia Cristiana, no se hubieran dedicado a poner palos en la rueda de la Justicia, si hubieran dotado de medios a los jueces, si hubieran reconocido su trabajo, la Mafia no podría haber actuado con esa impunidad. Fue el Estado italiano el responsable de esos asesinatos por su pasividad y su laxitud.
Aunque aquí nadie ha amenazado la integridad física de los jueces, sí que se ha hecho lo posible por desacreditarlos, ponerlos bajo sospecha y dudar de su independencia. Y ello porque son uno de los pocos reductos que quedan frente a la arbitrariedad del poder político y de defensa de la legalidad.
No digo que los jueces sean perfectos, pero hoy es más necesario que nunca reconocer el papel que cumplen en una democracia. Lo que se pretende de ellos es que sus decisiones se supediten a los intereses de los partidos y a la conveniencia política. Y, cuando no es posible, se aprueban leyes para neutralizarlos.
El presidente del CGPJ pidió que les dejen en paz. Eso lo mejor que podrían hacer los políticos y una de las asignaturas pendientes de nuestra democracia: dejar en paz a los jueces. Sin seguridad jurídica, nuestras libertades estarán en peligro.