Juan Carlos Girauta-ABC

  • «El Partido Popular no tiene derecho a librar esta guerraintestina. Se cree que sí, pero no. Lo tendría, como cualquier familia desavenida, como cualquier club de primera, como cualquier escalera de vecinos, de no encontrarse España ante una amenaza existencial»

En el PP se están echando un pulso por razones que no vienen al caso. O sí, pero no son razones aprehensibles, les pasa como a la cebolla, capa sobre capa sobre capa. Y en el corazón de la lilácea solo hallaremos las capas últimas, tan prosaicas, tan pequeñitas, tan insignificantes que con seguridad provocarían el llanto del lector si aquí fueran expuestas. Salen a relucir los primeros espadas sin que nadie repare en el daño que puede llegar a hacer un personajillo cualquiera. Por ejemplo, uno que el público ni siquiera conoce salvo por un hecho remoto y fatal. Pero ya hemos tenido esta semana bastantes viejas del visillo. Me ahorraré el perfil de ese trozo de nada, susurrante y oculto, enemigo de la luz. Ese que habita -¡que es!- el centro de la cebolla de la discordia. Prefiero saltar a las conclusiones.

El PP no tiene derecho a librar esta guerra intestina. Se cree que sí, pero no. Lo tendría, como cualquier familia desavenida, como cualquier club de Primera, como cualquier escalera de vecinos, de no encontrarse España ante una amenaza existencial. Expresión algo capada desde que los verderones del catastrofismo climático la han incorporado a su argumentario, pero que aquí el lector puede acoger en todas sus amenazantes y puntiagudas dimensiones. La amenaza existencial es real aunque no medie una conspiración para liquidar la Nación (salvo en los socios golpistas y postetarras), o para vaciar la democracia. Eso va pasando porque el sanchismo es un cuerpo animado artificialmente que resulta de recoser varios cuerpos inertes. Y claro, camina mal, a trompicones, y va tirando los jarrones chinos. No necesitamos dilucidar si Sánchez, Yolanda, Montero, Calviño y compañía son buenas personas o no, pues a efectos prácticos solo son componentes de una máquina imperfecta ensamblada con nocturnidad.

Aunque el núcleo duro del sanchismo no se haya propuesto necesariamente acabar con la unidad de España, ni con la igualdad de los españoles, hay que empezar a juzgar a la izquierda por sus resultados. No saldré con infiernos enladrillados de buenas intenciones porque tampoco es el caso. Se puede carecer de buenas y de malas intenciones a la vez. Observemos el sanchismo como un organismo sin conciencia, lanzado a la existencia para sobrevivir el máximo tiempo posible, y ya. Siguiendo las teorías de algunos biólogos, que no cito para que no salte usted a la página siguiente antes de tiempo, el concepto de conciencia habría que ampliarlo a cualesquiera sistemas vivos, pues interactúan con su entorno del modo más eficiente. Solo en ese elemental pero pragmático sentido de bestia o de ameba, programada por el azar y la necesidad, por Dios o por otro diseño inteligente, le encontramos conciencia al sanchismo.

Propongo, en fin, zanjar el asunto de los supuestos planes últimos de ese ‘collage’ que nos gobierna, aun reconociendo la dificultad de abandonar vicios como el tabaco, el jaco y los juicios de intenciones. Pasemos al pensamiento virtuoso y limitémonos a consignar que, dada su naturaleza, el sanchismo tiende a la autocracia, incrementa las desigualdades ante la ley, deja en papel mojado la Constitución y, con el tiempo suficiente, provocará distintos procesos de secesión. No digo que vayan a sobrevenir y que Sánchez vaya a ser incapaz de detenerlos. Digo que el sanchismo los provocará. La interacción con el entorno del organismo que ostenta el poder en España viene determinada por su estructura contrahecha, teratológica. Asombra hasta qué extremo acertó quien bautizara al Ejecutivo del sanchismo como Gobierno Frankenstein. Tan certero es el tropo que algún preboste del Ibex, solo o en compañía de otros, bien podría decirle a su criatura lo mismo que aquel doctor concebido por la jovencísima e inspirada Mary Shelley: «¡Aborrecible monstruo! ¡Demonio infame! Los tormentos del infierno son un castigo demasiado suave para tus crímenes. ¡Diablo inmundo! Me reprochas haberte creado; acércate, y déjame apagar la llama que con tanta imprudencia encendí».

Claro que, para ello, dos requisitos deberían darse: uno, el monstruo del sanchismo tendría que comprender lo que es y lamentarlo; dos, los doctores Frankenstein tendrían que tomar conciencia de lo que le han hecho a su país con el invento. De nada de eso existe la menor muestra. Y, por si hay que repetirlo, el monstruo del sanchismo no es Sánchez porque no es una persona. Es una manera de naufragar las élites entre risas y frotándose las manos.

Dado que ese recosido de cuerpos políticos extraños no siente arrepentimiento ni ninguna otra cosa, y puesto que las élites no pueden a la vez pensar y salivar con la zanahoria de los fondos europeos (que ya se han gastado veinte veces en sus cabezas y que, como todo el mundo sabe menos ellos, serán la fracción de una fracción), el PP y Vox tienen una obligación que trasciende la contienda política normal. Si es que la normalidad nos ha conocido. No consiste en ganar, que eso no solo depende de ellos. Consiste en no trabajar para perder, que es exactamente lo que el PP está haciendo al no detener al personaje casi anónimo que encabrona a los mayores desde oscuros pasillos, por personas interpuestas y exprimiendo su amistad con el que manda. Claro que ahora el personaje, con sus conspiraciones de rincón oscuro, ya ha dejado heridos. O zaheridos. Pero, o bien se la envainan todos y pasan a ocuparse de España -y solo de su partido en la medida en que constituye una herramienta para liquidar al sanchismo-, o tirarán al niño con el agua sucia de sus agravios chorras, dejando a la bestia, ciega y plural, en La Moncloa.