Ignacio Camacho-ABC

  • Mientras Sánchez conserve cierta capacidad de maniobra parece poco probable que se exponga a una derrota

Como el curso ha empezado igual que terminó el anterior, con la gobernanza y las instituciones bloqueadas por falta de mayoría estable, los analistas sin nada que comentar nos dedicamos a especular sobre un eventual adelanto de las elecciones generales. Que levante la mano el colega a quien este verano no le hayan preguntado por el tema en la calle. La cuestión es que no existe ningún indicio objetivo de una decisión que sólo corresponde al presidente y sobre la que hasta su entorno más cercano se mantiene ignorante porque este tipo de cosas no se comparten con nadie. Así que sólo queda conjeturar, que es un ejercicio de riesgo en esta política tan volátil, y más desde que el prestigio pronosticador del periodismo –y de la demoscopia– quedase hace un año para el arrastre. En principio, un gobernante disuelve el Parlamento y llama a las urnas por dos razones principales: una, que tenga alguna posibilidad verosímil de ganar, y otra que llegue a la conclusión de que el descalabro será mayor cuanto más lo retrase. Ninguna de esas situaciones parece en este momento la de Sánchez, porque aunque ninguna encuesta le resulte favorable tampoco ha alcanzado el punto de no retorno a partir del cual cada día que pase se convierte en otro peldaño de la escalera hacia el desastre. Existe una tercera opción, que es la tradición democrática de convocar en caso de que los Presupuestos no salgan adelante, pero está demostrado que en el sanchismo no sirve ninguna clase de experiencias convencionales.

La voluntad del Gobierno es, desde luego, la de aguantar hasta donde pueda. Tal vez incluso en la hipótesis de que los socios no le aprueben las cuentas. La inviabilidad de la legislatura era patente desde su inicio, basado en un juego de alianzas heterogéneas cuyo único elemento de cohesión consiste en el interés común de cerrar el paso a las derechas. Ese objetivo sigue vigente y lo estará al menos mientras Puigdemont tenga una orden de detención pendiente sobre su poblada cabeza. Asunto distinto es que el prófugo se impaciente y amenace con romper una cuerda que ya está bastante tensa, pero también es consciente de que en otras elecciones puede perder la llave maestra y no es muy probable que vaya más allá de tumbar alguna que otra votación como exhibición de fuerza. Queda el frente judicial, que Sánchez necesita controlar a toda costa para asegurarse su futura impunidad y sobre todo para evitar el procesamiento de su esposa, que es lo único que de verdad le importa. Eso lleva algo de tiempo, porque los jueces son piezas correosas, y ese tiempo hay que ganarlo en el poder para asegurarse la capacidad de maniobra. De modo que cualquier análisis de coyuntura conduce a la conclusión racional de que por ahora no va a exponerse a una derrota. Pero su propia presencia en la Moncloa demuestra que la lógica ha dejado de regir en la vida pública española.