Juan Carlos Rodríguez Ibarra-Vozpópuli
- Todos los centros educativos españoles deberían dedicar un día al trimestre a convertir sus aulas en laboratorios de igualdad de género
Resulta difícil aceptar la situación que semana a semana se presenta ante nuestros atónitos ojos. La matanza de mujeres a manos de sus parejas o ex parejas sigue ocupando páginas y páginas de los medios de comunicación social sin que parezca que el triste y desgraciado fenómeno tienda a desaparecer o, por lo menos, a rebajar su intensidad. Artículos y opiniones contribuyen a explicar las causas que aparentemente contribuyen al asesinato semanal, a la violación o a las agresiones grupales a mujeres.
Lo que tampoco admite explicación es el asesinato de los hijos de las mujeres con las que los asesinos han compartido paternidad o vida en común. Cada vez son más las noticias que nos avisan de la muerte de un hijo a manos de su padre o de la persona que convive o convivía con la madre del asesinado. En Canarias se ha sumado a la lista el asesinato de dos niñas a manos de su padre. Solo quienes sufren las consecuencias del odio que se apodera del macho abandonado por su pareja puede interpretar las razones de la crueldad que significa matar a los hijos para enterrar en vida a la madre. Solo los muy criminales no soportan ver a su expareja feliz con otra persona. Para ellos, nada mejor que matar a los hijos para enterrar para siempre la felicidad de la madre.
Son varias las voces que se han levantado reclamando la guardia y custodia compartida frente a la tendencia de los juzgados de familia que normalmente otorgan esa potestad a las madres. Afortunadamente, un altísimo porcentaje de progenitores ejercen esa guardia y custodia acorde con las responsabilidades que contrajeron con sus hijos. Si no ocurrieran asesinatos como los descritos anteriormente podría deducirse que padre y madre sienten el mismo amor por sus hijos independientemente del camino que la vida reserve a la pareja.
Ocurre que cuando un padre, separado de su pareja, mata a un hijo de ambos, está poniendo de manifiesto que odia a su mujer y madre de ese hijo con tal intensidad que el odio a la mujer se pone por encima del amor a los hijos. Ese odio, ese rencor, ese encono, ese malquerer, esa saña que llega hasta el extremo de matar al propio hijo para mortificar a la madre solo ocasionalmente encuentra su correspondencia en sentido contrario. La guardia y custodia, comprensible en otros escenarios, en casos como los descritos sirven para utilizar a los hijos y hacer visible la inquina a las madres hasta el límite de la muerte de aquellos a los que se tenía la obligación de guardar y custodiar y no de matar por muy fuerte que sea el odio acumulado. Aquí sí que no se puede eliminar la violencia de género para sustituirla por la violencia familiar. Excepcionalmente se conocen casos de mujeres que matan a sus hijos para manifestar su odio al marido.
Esa actividad escolar, vivida y organizada por los propios escolares, generaría adultos que modificarían su mentalidad a los 18 o 20 años, no limitándose a estudiar la teórica sobre derechos y libertades
Hacen bien nuestros legisladores endureciendo las penas por violencia de género. Se sigue matando y violando y agrediendo a mujeres con la misma intensidad que cuando la legislación no individualizaba esa clase de delitos. La acción policial es incapaz de controlar y detener esa violencia cuando el autor decide ejercerla en su grado más cruel. Solo la acción activa en el sistema educativo sería capaz de contener esa lacra, consecuencia de la visión que el macho tiene de la mujer. Todos los centros educativos españoles deberían dedicar un día al trimestre a convertir sus aulas en laboratorios de igualdad de género en los que los escolares, desde que pisan un centro hasta que salgan del sistema educativo, organicen por su cuenta, con el apoyo de profesores y AMPAS, debates, mesas redondas, coloquios, conferencias, sesiones de cine-fórum, teatro, conciertos, etc., con la presencia de profesionales de todo tipo y de lucha contra la violencia machista. Esa actividad escolar, vivida y organizada por los propios escolares, generaría adultos que modificarían su mentalidad a los 18 o 20 años, no limitándose a estudiar la teórica sobre derechos y libertades, sino organizando actividades que pongan en evidencia y eliminen los rasgos de machismo que, desde el nacimiento, se van colando imperceptiblemente en la personalidad y mentalidad de la sociedad. Se trata de perder un día de clase al trimestre para ganar una vida decente.