En abril de 2006, José Luis Rodríguez Zapatero llevaba dos años en La Moncloa. El Congreso de los Diputados, dividido con nunca antes ante una iniciativa de este calibre, acababa de aprobar la reforma del Estatuto de Autonomía de Cataluña (con los votos del PSOE y CiU, pero sin los del PP y ERC, entre otros) que dos meses después una minoría de catalanes, suficiente, pero minoría (participó el 49% y el ‘sí’ obtuvo el apoyo del 74% de los que fueron a votar), aprobó en referéndum.
Entonces, Zapatero aseguraba que «dentro de 10 años España será más fuerte» y «Cataluña estará mejor integrada en España». Dos lustros después de aquella reforma estatutaria, y de las declaraciones del quinto presidente del Gobierno desde 1978, España vivió uno de los momentos de mayor inestabilidad política, y social y «Cataluña» –se entiende aquí el nacionalismo catalán– está más radicalizado que nunca.
Desde Felipe González (1989), el PSOE es incapaz de obtener una mayoría absoluta en el Congreso para gobernar. La llegada de Zapatero a Ferraz (2000) fijó como estrategia los pactos de los socialistas con los partidos nacionalistas catalanes y vascos (fueran de derechas o de izquierdas) con el fin de poder llegar a La Moncloa y, de paso, limitar los pactos del PP con CiU, ahora Junts, y el PNV. Esta estratagema se dejó por escrito en el Pacto del Tinell, suscrito en 2003 por el PSC, ERC e ICV-EUiA (antecesores de los comunes y el resto de marcas multicolores actuales), para que Pasqual Maragall accediera a la Generalitat: ninguno de los tres partidos (incluido el PSOE) puede pactar nada con el PP en Cataluña y en toda España.
De ahí salió el Estatuto de Autonomía de Cataluña, reforma que se llevó a cabo, en gran medida, contra el PP, que gobernaba con mayoría absoluta en el Congreso y que Zapatero proyectó como trampolín para llegar a La Moncloa, y que el Tribunal Constitucional tuvo que ajustar a la legalidad en 2010 en una sentencia firmada por los magistrados progresistas del órgano de garantías.
El espejo en el que se mira Pedro Sánchez es el que elaboró, pieza a pieza, Zapatero y es este, con la colaboración de los que le susurran al oído del PSC, quien lleva las riendas de la negociación en Suiza para que Cataluña obtenga los privilegios que, cuando llegue el momento, el independentismo utilice, esta vez, con éxito.
Si el leonés firmó la Declaración de Granada (2013) para integrar al PSC –formación nacionalista en aspectos lingüísticos–, el madrileño fue más allá y llevó al PSOE a la Declaración de Barcelona (2019) fijando a los socialistas en posiciones totalmente nacionalistas en aspectos, también, económicos y sociales.