José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
Los anales de la memoria política en España no registran un episodio tan bochornoso como el de estas más de 72 horas. La izquierda se ha disparado en el pie o en la sien
Si la sesión de investidura fue un fraude (‘Investidura en fraude de Constitución’), como traté de argumentar el pasado martes, porque el debate no versó sobre el programa de gobierno (¿de qué gobierno?, ¿monocolor o de coalición?) del candidato sino acerca de los términos de un fantasmal entendimiento entre el PSOE y UP para que Irene Montero fuese vicepresidenta del Ejecutivo con determinado acúmulo de competencias, la jornada de ayer, miércoles, resultó disparatada.
Iglesias ya reventó el martes la negociación desde la tribuna de oradores del Congreso –un pésimo síntoma-, pero la abstención de su grupo en la primera votación de la investidura permitía albergar la esperanza a la izquierda de que se terminaría por conformar un denominado “gobierno de progreso”. El tira y afloja negociador –pasadas las 22 horas de ayer- presentaba los mismos perfiles de riña tumultuaria que protagonizó Iglesias en la Cámara Baja. Unidas Podemos dio a conocer en un escrito sus exigencias al presidente en funciones y este hizo pública su oferta a los morados.
Aunque cuando estas líneas se redactan no se ha producido una ruptura oficial de las negociaciones, el cruce ‘urbi et orbe’ de documentos presagiaba que socialistas y populistas habían entrado en un reyerta mediática de una categoría política ínfima y de una desconsideración institucional de gran envergadura. Se producía una auténtica batalla de propaganda para ganarse el favor de la opinión pública, si es que por tal se entiende al conjunto de ciudadanos a los que se les estaba faltando al respeto, convirtiendo una supuesta negociación política en una pelea ventajista e innoble.
Un Gobierno de coalición jamás, nunca, en ningún caso se negocia así. Con la premura de tiempo con la que lo han abordado el Gobierno en funciones, el PSOE y Unidas Podemos, con la banalidad de convertir la transacción en un zoco de sillas y no en una discusión seria de programas y políticas, y con la hostilidad –a flor de piel- entre los líderes de uno y otro partido que se comportaron como jefes de bandería. Un espectáculo inmerecido y deprimente sin precedentes en la democracia española y que embarra el terreno del debate que hoy culmina –veremos cómo- en el Congreso. Los anales de la historia política de España no registran un episodio tan bochornoso como el de estos tres días y medio.
La izquierda española se disparó ayer un tiro -¿en el pie, en la sien?– con un comportamiento institucionalmente indigno y políticamente tabernario. Ya sabemos que la narrativa ganadora –el famoso relato- exige reformular algunas reglas de compromiso y hasta llegar a forzarlas. Pero no se debe perder ni la sensatez para salvaguarda la reputación propia ni el respeto a los ciudadanos. Ayer se extraviaron la primera y el segundo. Ya sin remisión, las primeras palabras de hoy en el Congreso de Pedro Sánchez y de Pablo Iglesias, debieran ser de disculpas ante la propia Cámara como expresión de la soberanía popular. Porque ambos se comportaron por debajo de los menos exigentes estándares democráticos. El sistema constitucional e institucional viene padeciendo un estrés salvaje por una irresponsabilidad cuya explicación se encuentra en una descarnada lucha por el poder con protagonistas que dejaron de ser adversarios y se han convertido en desvergonzados enemigos.