LIBERTAD DIGITAL 03/05/17
JOSÉ MARÍA ALBERT DE PACO
· La candidata ultra Marine Le Pen suele referirse a su rival como el exbanquero Macron, burda atribución con la que trata de azuzar la inquina del electorado.
La candidata ultra Marine Le Pen suele referirse a su rival como el exbanquero Macron, burda atribución con la que trata de azuzar la inquina del electorado. No en vano, y en tiempos del ¡sí, se puede!, un banquero no es sino un sujeto despreciable, un rufián al que mueve únicamente el amor al dinero; un prontuario, en fin, de la vileza del mundo. El populismo ha revestido de fatua dignidad las injurias típicamente antisemitas, lo que explica que Le Pen, aun a riesgo de ser acusada nuevamente de racista, haya explotado ese filón sin embozo alguno. La célebre superioridad moral de la izquierda, en efecto, ha propiciado que el Frente Nacional se sacudiera su más vergonzante complejo.
El tercer vaso comunicante de esa ciénaga es la prensa, que en Europa ha sido bastante menos hostil a Mélenchon y Le Pen de lo que Washington se mostró con Trump, y que ha tendido a asumir, cuando no a ensalzar, las razones que aquéllos han esgrimido para salvar a Francia de sí misma. (Del mismo modo que en España hizo fortuna la especie de que Podemos erraba en las soluciones pero acertaba en el diagnóstico).
En lo que concierne a Macron, algunas de esas razones son prodigiosamente retroactivas. Hace apenas dos años, el candidato socioliberal era (extraigo los sintagmas de cuatro diarios de referencia: dos españoles y dos franceses) «el ministro estrella», «el ministro más liberal del Gobierno socialista», «el ministro mejor valorado del Gobierno», «el político de la izquierda preferido por los franceses», «el electrón libre del Ejecutivo francés», «el máximo representante del ala socoliberal del Gobierno» o «la joven estrella del Gobierno de Manuel Valls». Asimismo, «Manu, como le llaman sus próximos», se había formado en «la prestigiosa Escuela Nacional de la Administración» y no había «discusión respecto a sus cualidades: brillante, trabajador, simpático, culto y con capacidad para escuchar».
Hoy, el político llamado a impedir el desmoronamiento de Europa ni siquiera merece tal condición. Y en reverberación, insisto, del bullshit melencho-lepenista, ha pasado a ser un «candidato de diseño», un «tecnócrata sin ideales», un «servidor del establishment«, el «inspirador del fallido quinquenato» o un «vendedor de humo» que «daba cenas en su ático para tejer una red de amistades que lo condujera a la Presidencia». Por lo demás, la Escuela Nacional de Administración ha dejado de ser prestigiosa. Ahora, y conforme a las apetencias del pueblo, es elitista.