Carmen Martínez Castro-El Debate
  • Podrán repetir sin fe el argumentario que les manda Ferraz y tratar de eludir su repulsa con ataques a Diaz Ayuso, pero todos saben que no es Madrid sino Cataluña quien les pretende robar

Cuentan los más viejos del lugar que en aquellos comités federales del PSOE donde se debatía de política, cuando Pascual Maragall se ponía a dar la turra con sus ocurrencias sobre el federalismo asimétrico recibía unas broncas inmisericordes de Felipe González. Una vez que González desapareció, Maragall y los votos del PSC hicieron secretario general del PSOE a José Luis Rodríguez Zapatero. Ahí empezó todo.

Ya con Zapatero al frente del partido, Maragall lanzó su gran idea política, la nueva excusa para justificar otra vuelta de tuerca del victimismo catalán. Se había agotado la teta de las Olimpiadas y era preciso inventarse un nuevo cuento para seguir arrancando privilegios al incurable centralismo del Estado español. El cuento se presentó en sociedad a través de un artículo publicado en El País: «Madrid se va». Maragall sostenía entonces, a su manera siempre abstrusa, que Madrid se estaba beneficiando de su condición de capital y centro de la península. Maragall se quejaba de la pujanza de Madrid, pero en realidad nos estaba anunciando la fuga del PSC. Dispuesto a ganar a CIU en demandas de autogobierno, se embarcó en la operación desquiciada del Estatut, abandonó la lealtad institucional y se convirtió en el agente más peligroso del soberanismo catalán. Un cuarto de siglo después los destrozos de aquella irresponsabilidad están por todas partes.

Después del Estatut de Maragall vino la manifestación encabezada por Montilla contra el Tribunal Constitucional y ahora tenemos al beato Illa reinventando los fundamentos de la democracia a la catalana: en materia de justicia y de amnistía —esa que según dijo no iba a haber de ninguna de las maneras— la última palabra la tienen los ciudadanos y no los jueces. Es la misma argumentación de los golpistas catalanes, cuando en 2017 contraponían la democracia a la ley. Entonces Salvador Illa se encontraba entre las víctimas de tan curiosa concepción de la separación de poderes, hoy es él quien encabeza la ofensiva contra el Supremo. ¡Illa, Illa maravilla!

Esta semana se ha cumplido el primer año de su presidencia al frente de la Generalitat. En este tiempo hemos descubierto que Illa miente con el mismo descaro que Sánchez, tiene el mismo desprecio que Sánchez por una justicia independiente y su misma obsesión por permanecer en el poder a costa de lo que sea. Illa también vive a salto de mata, sin presupuestos y sin mayoría de gobierno, pero a diferencia de los varapalos que recibe Sánchez cada día, el catalán circula por la política española con una extraña bula, un inexplicable aroma de santidad que enmascara sus múltiples miserias.

Solo desde ese exceso de confianza se puede entender que pretenda colarnos a todos los españoles ese cuento de que «Madrid nos roba», una reedición maleducada de aquel «Madrid se va» de Pascual Maragall. Quienes mejor han detectado la magnitud de la trola son los socialistas del resto de España que no quieren ver en sus territorios al nuevo mesías catalán ni en pintura.

Podrán repetir sin fe el argumentario que les manda Ferraz y tratar de eludir su repulsa con ataques a Diaz Ayuso, pero todos saben que no es Madrid sino Cataluña quien les pretende robar. Es Illa quien les está metiendo la mano en el bolsillo de sus recursos y quien pretende acabar con la solidaridad territorial y el principio de redistribución. Y todo eso en nombre del progresismo. ¡Illa, Illa maravilla!