JAVIER ZARZALEJOS-EL CORREO

  • Hace tiempo que el presidente ha dejado de pensar como líder del PSOE para actuar como dirigente de un conglomerado de izquierda que llega hasta Bildu

Basta con un repaso breve a lo que se dijo de la crisis de Gobierno hace ahora un año para reparar en lo precario y tópico de muchos análisis. Arrastrados por la novedad, se le dio un alcance y unos efectos que, a la vista, no ha tenido ni sobre la acción de Gobierno, ni sobre la comunicación ni respecto a los resultados electorales de los socialistas. Se dijo por ejemplo que «el PSOE volvía», a pesar de que en aquella crisis Sánchez defenestró a José Luis Ábalos, el ‘número dos’ del partido. Se dijo que la concentración de mujeres procedentes de la Administración municipal expresaba la determinación de Sánchez de acercarse a los ciudadanos y preparar a probables candidatas en las diversas elecciones territoriales. Con el mismo escepticismo que aconseja esta perspectiva hay que contemplar los cambios en la dirección del Partido Socialista que serán ratificados hoy por un comité federal al que ni siquiera Sánchez ha ahorrado el desaire de que conociera los relevos por sendos tuits de los afortunados tres días antes de que se reuniera el órgano en el que se suponía que el secretario general tenia que presentarlos.

Una cuestión menor de protocolo para una personalidad como la de Sánchez, del que siempre he pensado que alberga un poso de resentimiento activo hacia su propio partido por el humillante episodio de su cese. Si alguna lectura tiene esta crisis en la dirección del PSOE es que confirma que Pedro Sánchez hace tiempo que ha dejado de pensar como líder del Partido Socialista para verse y actuar como el líder de un movimiento de izquierda que llega hasta Bildu. Este movimiento, que pretende consolidar el ‘modelo Frankenstein’, incorpora de manera estructural al secesionismo catalán y vasco y es, cuando menos, condescendiente con el relato legitimador del terrorismo de ETA basado en las pretendidas carencias de la Transición y del pacto constitucional como prolongación disfrazada del franquismo. Un relato de legitimación histórica del terrorismo etarra que comparte y con el que se identifica el resto de la coalición en el Gobierno.

López proyecta la impresión de que no perdonará al PP que le hiciera lehendakari

En esta ingeniería política, el Partido Socialista queda degradado a una posición instrumental, de aplauso y blanqueo, de validación del discurso populista consistente en el señalamiento de los enemigos, con puro o sin él, la autocomplacencia y una demagógica irresponsabilidad con la economía facilitada -todo sea dicho- por unos márgenes de tolerancia europeos que Sánchez ha aprovechado.

Es insólito que la ministra de Hacienda, precisamente en estas circunstancias, se convierta en la ‘número dos’ del partido. Otra ministra, portavoz de la ejecutiva, y un sanedrín en torno a Sánchez encargado de estrategia al margen de cualquier vínculo orgánico. No hay duda de que el líder «va a por todas». Lo que no parecía tan claro es que ese «todas» incluyera a su propio partido.

En una estrategia que sitúa a Cataluña y el País Vasco como los factores clave para un éxito electoral que se antoja extraordinariamente difícil, los nombramientos de Miquel Iceta y Patxi López, este último como portavoz parlamentario, resultan especialmente significativos. Se trata de dos personalidades de versatilidad líquida, capaces de pasar por acérrimos constitucionalistas con la misma naturalidad con que elogian los pactos con Bildu o abogan por la impunidad de los sediciosos catalanes.

Iceta fue la ‘liebre’ que abrió camino a los indultos del ‘procés’

No por casualidad Iceta fue la ‘liebre’ que los socialistas lanzaron para abrir camino a los indultos de los condenados del ‘procès’, de la misma manera que ahora el propio Iceta acaba de invitar a Puigdemont y los otros prófugos a volver a España con la garantía de que, una vez cumplidos esos engorrosos trámites que la Justicia se empeña en seguir con los que cometen delitos, todos serán igualmente indultados por este benévolo Gobierno.

López proyecta la extraña impresión de que nunca perdonará al PP que le hiciera lehendakari. A él dirigió Pilar Ruiz, madre de Joseba Pagazaurtundua, aquellas palabras: «Patxi, ahora veo que, efectivamente, has puesto en un lado de la balanza la vida y la dignidad, y en el otro el poder y el interés del partido. (…) Ya no me quedan dudas de que cerrarás más veces los ojos y dirás y harás cosas que me helarán la sangre llamando a las cosas por nombres que no son. A tus pasos los llamarán valientes». Una premonición.

López está para el blanqueo de la izquierda abertzale, condición necesaria para el éxito del movimiento sanchista. A él le toca la tarea de convencer al electorado de que Bildu, en realidad, fue clave para la paz -y que el que no la quería era el PP- y que Otegi, Aizpurua, Plá y los suyos son progresistas que solo piensan en las pensiones de los jubilados españoles y en la reforma laboral. Ah, y no condenan el terrorismo, pero lo sienten mucho.