JAVIER ZARZALEJOS.EL CORREO
- Los socialistas pueden sentirse aliviados pero un PP en crisis, más alejado de su condición de alternativa, les deja más a merced aún de sus socios
Es fácil imaginarse el regocijo de los principales adversarios del Partido Popular ante la gravísima crisis que se ha desatado a partir de las alegaciones de presunto tráfico de influencias que afectan a la presidenta de la Comunidad de Madrid por la participación del hermano de esta en un contrato de suministro de mascarillas en el periodo crítico de la pandemia. Estas alegaciones han sido, a su vez, contestadas por Isabel Díaz Ayuso con acusaciones muy serias contra la dirección del PP de espionaje y desestabilización intencionada. Sin una perspectiva clara de solución, más allá de la exigencia comprensible pero voluntarista de barones y militancia de que la crisis se cierre cuanto antes, el Partido Popular se adentra en una travesía costosa hasta lo extenuante en términos electorales y reputacionales.
Al Gobierno esta situación le hará mucho más cómoda su navegación en estos meses en los que las perspectivas de recuperación han perdido brillo y en los que la coalición que lo sostiene parecía mucho más difícil de gestionar de manera estable. Para Vox, con discurso y posiciones crecientemente radicalizadas, se abre la oportunidad de hacer bueno su intento de superar al PP atrayendo al electorado popular que se desentiende de la gran brecha ideológica y programática que separa a ambos partidos y se fija más en la contigüidad de sus franjas electorales.
Al PNV tal vez todo esto le recuerde a la ruptura interna que acabó con Carlos Garaikoetxea -la gran estrella del nacionalismo en la Transición- fuera del partido encabezando su escisión, Eusko Alkartasuna, ahora languideciente en Bildu. Aquella quiebra, resultado de un acto de autoridad de Xabier Arzalluz para asegurar la primacía del partido, produjo una conmoción difícil de imaginar hoy.
Felipe González, precisamente en un coloquio dedicado a los acuerdos de la Transición, ha advertido de que la crisis del PP no solo afecta al partido, sino que puede tener repercusiones sobre el propio sistema político; un sistema, por cierto, ya sometido al desgaste de la fragmentación y el desapego ciudadano. Como ocurre con los bancos, los hay que son sistémicos y su eventual quiebra no solo afecta a sus clientes y accionistas, sino que compromete al propio sistema financiero.
Cada uno de los dos grandes partidos, PP y PSOE, representan factores de estabilidad insustituibles. Los socialistas pueden sentirse aliviados; pero un PP en crisis y, por tanto, más alejado de su condición de alternativa de gobierno les deja más a merced aún de sus socios, que ahora van a tener mucha menos inhibición a la hora de presionar planteando sus exigencias, sabiendo que esa presión no va a contribuir como reacción a fortalecer la alternativa de centro-derecha. El argumento disuasorio de los socialistas frente a sus socios, según el cual llevar sus exigencias al límite alimenta al PP, va a tener menos juego ahora. Eso se va a notar y, con toda probabilidad, lo va a notar el Gobierno en sus próximas negociaciones con nacionalistas y populistas.
La crisis del PP puede tener una repercusión no menos importante en la oportunidad que ofrece para el avance electoral de Vox no solo por los posibles trasvases de votantes del PP decepcionados, sino por el efecto de la desmovilización de otros electores que pueden optar por la abstención como expresión de su hastío. Que Vox adquiera la primacía en la derecha supondría un retroceso de décadas, no por los votantes que legítimamente quieran optar por este partido, sino por el cuerpo ideológico y doctrinal de una formación que representa en la derecha el revisionismo de la Transición -acabar con el modelo autonómico- y la recuperación de un euroescepticismo autolesivo para España, del que solo saldría el aislamiento de nuestro país y que cabalga sobre una concepción esencialista de la identidad española ajena a sus fundamentos cívicos y constitucionales desde los que fue posible la recuperación de la convivencia democrática.
Tienen razón los que objeten que ni el PSOE ni Vox tienen la culpa de la crisis del PP y que, por tanto, tampoco debería reprochárseles el rédito político y electoral que puedan obtener de ella. Otra cosa es que dentro y fuera del PP seamos conscientes de que la crisis de uno de los partidos centrales para el sistema no deja confinados sus efectos en la sede de la calle Génova y que, precisamente por ello, si se mira un poco más allá del espectáculo, la cuestión desborda con creces qué nombre prevalece y apela a la responsabilidad y al arte de la política para resolver y curar.