ARCADI ESPADA-EL MUNDO
A principios de verano me escribió mi amiga Eugenia Codina para que viera An honest liar (2014), un documental sobre James Randi. Eugenia sabe hasta qué punto la verdad me pone. Y Randi es uno de mis héroes. No sólo porque haya dedicado su vida a la búsqueda de la verdad, sino porque ha sido capaz de convertirla en un espectáculo y eso es infinitamente más difícil. Porque el espectáculo, más precisamente el entertainment, es un negocio que la mentira gestiona en régimen de casi absoluto monopolio. Esta semana pude por fin ver la película en Vimeo On Demand. Es interesantísima.
Dado tu carácter, es probable que lo sepas todo acerca de Uri Geller, pero que tus conocimientos sobre Randi flojeen. No es todo culpa tuya. Veo que no hay disponible un solo libro suyo en castellano. La única noticia la da una edición de Flim Flam! (1980) publicada por Tikal (1994) con el título de Fraudes paranormales. Randi, que acaba de cumplir los 90 años y sufrió una apoplejía el año pasado, nació en Toronto y décadas después se nacionalizó estadounidense. Su trabajo ha consistido en desmontar los fraudes de la pseudociencia, desde la homeopatía hasta la parapsicología, sin olvidar a dios, aunque centrándose en la estafa de los llamados psíquicos. O sea, los magos que no quieren reconocerse como tales y que pretenden hacer pasar sus trucos como expresión de sus facultades paranormales. Uno de ellos, el más famoso, es Uri Geller, doblador de cucharas. Randi dedicó muchos años a desenmascararle, tanto en laboratorios científicos como en programas de televisión. Para hacerlo no solo aplicó y exigió aplicar a su adversario las técnicas del método científico, sino también su prodigiosa habilidad como mago él mismo. Desde su juventud se había propuesto emular al gran Houdini, cuyo récord de permanencia (93’) en un ataúd sellado batió en 1956 (104’). Así la más eficaz revocación de los supuestos poderes de Geller consistió en hacer lo mismo que Geller, es decir, doblar cucharas ante grandes audiencias. Como se dice en la película, Randi usaba el engaño para revelar la verdad y no para ocultarla. Su lucha incluyó también clásicas investigaciones detectivescas como la que desveló las sucias mañas del predicador y curandero Peter Popoff. Encarándose a los miles de asistentes a sus performances, Popoff iba señalando a algunos mientras desvelaba sus datos personales y el tipo de enfermedad por la que habían acudido a la ceremonia, paso previo a su sanación mediante la imposición de manos. El farsante decía que esta información la recibía de Dios, pero en realidad le llegaba a través de un minúsculo audífono conectado por radio al backstage donde su esposa leía las fichas que los organizadores habían hecho rellenar a los asistentes. Randi logró interceptar la frecuencia radiofónica y grabar a la esposa y se presentó con las pruebas en el famosísimo show televisivo de Johnny Carson.
Un mentiroso honrado trata especialmente de estas hazañas. Pero con inteligencia notable y sin ocultar el sesgo inesperado que acabarán tomando las cosas. Randi escribió un libro sobre los trucos de Geller y logró ridiculizarlo en prime time. Pero nunca dejaron de contratar al psíquico. También logró arruinar a Popoff. Pero sólo momentáneamente: al cabo de un tiempo el sanador volvía a llenar auditorios. Ya no utilizaba la radio: «Hace cosas aún más idiotas que la gente cree igual», dice Alec Jason, el reconstructor de crímenes que trabajaba con Randi. La película está escrita, obviamente, desde el lado escéptico, pero no engaña sobre el fracaso de la verdad. El propio Uri Geller lo explica con una calma extrañamente carismática: «En el mundo del espectáculo existe una especie de aceptación del engaño. Es como si hay dos cuadros de Picasso en la pared, uno verdadero y otro falso, pero nada los distingue, ¿dónde está el daño? Al final, no hay nada que revelar». Sus palabras son de amplio espectro. Primero porque aluden a un signo distintivo de nuestra época, caracterizado no ya por la lucha entre verdad y mentira sino por la convicción de que la verdad no importa. En efecto: para la gente el picasso falso es igual al verdadero y esto es exactamente la posverdad. Luego está el espectáculo. La palabra ha roto todos los diques. El gran asunto en lo que dice Geller es que todo se ha convertido ya en espectáculo. Desde la intimidad a la política. Desde el corazón del individuo hasta el corazón de la vida colectiva. Cuando se dice que la política es un espectáculo se está diciendo, así, que existe en ella una especie de aceptación del engaño. Y mejor no pensar demasiado en lo que eso mismo supone para la intimidad.
Geller, que ahora vende joyas de cristal de roca por televisión, se hacía llamar antes psíquico; hoy se presenta como mixtificador. O sea: ha dejado de importarle. Hay, en este sentido, varios instantes llamativos en la película. Una mujer, por ejemplo, interpela airada a Randi y le dice: «Hay millones y millones de personas en este planeta que tienen otras formas de intuir y sentir». La mujer no tiene necesidad de utilizar la palabra pensar. También ha dejado de importarle. Randi lo sabe: «El público no escucha cuando uno le presenta datos reales. Prefieren aceptar lo que dice un personaje carismático. No quieren pensar en cuál será la verdad. Prefieren el romance y las mentiras». Esta evidencia incorpora a Randi al modelo de actuación escéptica, firme y amarga, que definió Bertolt Brecht y que dio título a un poemario de Ángel González: «Sin esperanza, con convencimiento».
La película da un giro extraño en el último tercio. No sé si llamar spoiler a lo que viene. Lo cierto es que una mañana la Policía rodeó la casa de Randi y se llevó preso al hombre que llevaba más de 20 años conviviendo con él y que hoy es su marido. El llamado José Álvarez, de origen venezolano, había usurpado durante ese tiempo la identidad de un ciudadano norteamericano para evitar su deportación. En un momento especialmente tenso de la película el director le pregunta a Randi si lo sabía: «No quiero decir ‘sí, yo sabía que su identidad era falsa y que cometió un fraude contra el Estado’. No quiero decir eso. Si regresaba a Venezuela lo iban a maltratar, iban a abusar de él y a atacarlo constantemente. No podía dejar que ocurriera». La confesión es oblicua, pero inequívoca. Randi le dice al director que no puede utilizarla y que confía en que no lo haga. (Como luego especifica una pantalla previa a los créditos, Randi acabaría aceptando la inclusión del off the record). Un problema moral asoma. Es una lástima que Un honrado mentiroso no profundice en él, incluyendo también la descripción pormenorizada de los perjuicios que la suplantación causó al José Álvarez verdadero. La pregunta es obvia: ¿cómo el ejemplar luchador contra el fraude público aceptó participar en uno?
La respuesta es difícil. Alude a las formas de sentir. Al romance y a las mentiras. Al engaño que oculta y no revela. Asimismo plantea una pregunta difícil. ¿Por qué un fraude por amor iba a ser más benigno que un fraude por dinero?
Sigue ciega tu camino.
A.