Julio Gutiérrez, EL PAÍS, 29/11/11
Estimado Joseba: Quién te lo iba a decir. Tras vivir una infancia sin libros, tu hermana Mariaje recogiendo el Premio Euskadi de Ensayo en euskera en tu nombre. Han pasado ya muchos años desde aquel sonrojo de la niñez por no saber ir más allá del ondo con tus abuelos, poseedores, por lo que cuentas, de ese nutricio euskera campesino sin alfabetizar. Casi el mismo tiempo que el que existe entre esas barbadas fotografías tomadas por Jesús Uriarte poco antes de tu fuga de la cárcel en el año 85 y ese cogote con esa tonsura en la coronilla vuelto a fotografiar por Uriarte en el año 2002. La historia de una vida contenida en lo no fotografiado entre esas imágenes. Escribías en tus apuntes carcelarios de los ochenta que «en las vidas humanas y en las historias sociales hay siempre un primer error, un pequeño error, sucedido casi imperceptiblemente, pero ese primer error crea otros, y los errores se suceden, amontonándose poco a poco uno sobre otro». ¿Cuál crees que fue, Joseba, tu primer error? «Si pudiéramos vivir otra vida, no repetiría lo vivido, haría otra elección», decías hace unos años.
Y es que siempre hay otra elección. Afirmaba Goethe que prefería la injusticia al desorden. Creo, más bien, que los hombres preferimos la injusticia a la ausencia de significado. Como animales narrativos que somos, siempre estamos escribiendo, borrando y reescribiendo un relato que al leerlo dé coherencia a nuestras vidas. Esa búsqueda activa de significado tanto a nuestras vidas como al mundo que nos rodea es a lo que se conoce como «teoría de la atribución». Y claro, Joseba, al escribir tu novela de esa vida sin rostro que es el exilio, de esa teoría de la atribución para tu vida, siempre se tiene la humana tentación de buscar y encontrar coartadas para acallar la dolorosa disonancia que nos provoca la decisión equivocada. «La imagen podría ser la de un tren que toma un camino equivocado, el tren entra en una vía equivocada», anotabas en tus apuntes. Y añadías: «Investigar quién es el verdadero culpable es seguramente absurdo, pero el tren avanza por un camino equivocado cruzando extrañas estaciones».
Y ahí sigues, Joseba, subido al tren que tomaste hace ya tantas décadas, al que tantos -quizá tú el que menos- prosiguen echando paladas de carbón para que no se detenga jamás. Esos a los que les interesa -tal vez a ti también- que tu retrato continué congelado en esa perenne instantánea del joven de los ochenta mientras todo lo demás se torna añoso. Al final de tu libro premiado, sostienes: «No somos moros. Tampoco somos vascos. Porque no somos nada podemos decidir qué queremos ser y qué queremos hacer». No, Joseba. No somos adanes naciendo con el mundo. Son muchas las estaciones recorridas y el tren al que te subiste ha atropellado a tantos transeúntes como sus sucios vagones han engullido vidas como la tuya. Este saludo. Julio.
Julio Gutiérrez, EL PAÍS, 29/11/11