Nacho Cardero-El Confidencial
- De todas las buenas palabras recibidas, las que más sorprenden hasta dejarnos ojipláticos son las que proceden de Cataluña. Hay cartel de ‘overbooking’ de elogios en el puente aéreo. ‘¡Ayuso vine a Catalunya!’
En el PP de Madrid no dan abasto para recopilar los artículos, elogiosos en su mayoría, que se dedican diariamente a Isabel Díaz Ayuso tras el 4-M. Han salido juglares de hasta debajo de las piedras para glosar la victoria de la lideresa popular en un tono que recuerda, por lo elevado del mismo, las epopeyas homéricas. Los ditirambos se suceden. Cruzan fronteras.
“La lideresa de Madrid sirve de modelo para el resto de dirigentes conservadores europeos”, decía el ‘Financial Times’ en un perfil de Díaz Ayuso. “La Dama de Hierro de Madrid ya tiene puesta su mirada en el primer ministro de España, Pedro Sánchez”, escribía Isambard Wilkinson en ‘The Times’. “Su contundente victoria electoral se sentirá en toda España”, añadía premonitoriamente. Hay euforia. Ayuso ‘on the rocks’.
De todas las buenas palabras recibidas, sin embargo, las que más sorprenden hasta dejarnos ojipláticos son las que proceden de Cataluña. Hay cartel de ‘overbooking’ de elogios en el puente aéreo. ‘¡Ayuso vine a Catalunya!’, se leía en una pancarta de unos manifestantes pidiendo la reapertura de los establecimientos de hostelería, recogida por el diario ‘Ara‘.
“¡Por fin he ganado unas elecciones!”, decía cáusticamente un dirigente político procedente de CiU tras conocerse los resultados del 4-M
Lo que en un principio pudiera parecer exótico, esto es, unos cuantos comerciantes parando a la presidenta de la Comunidad de Madrid en la Rambla, durante la campaña de las catalanas, para vitorearla y hacerse selfis por su política de puertas abiertas durante la pandemia, algún independentista camuflado incluido, ha terminado por permear en el imaginario.
“¡Por fin he ganado unas elecciones!”, decía cáusticamente por WhatsApp un dirigente político procedente de la extinta Convergència i Unió tras conocerse los resultados del 4-M. No será por falta de procesos electorales en Cataluña. No será por falta de partidos.
Esa burguesía catalana que se ha quedado huérfana de referentes, incapaz de elegir entre las distintas formaciones, pues ni luce etiqueta independentista, ni se considera de izquierdas ni le gusta tirar su voto a la basura con opciones marginales, mira con nostalgia el fenómeno de Madrid. Les gustaría contar con un Mario Draghi para llevar los designios de la política catalana, pero lo más próximo que tienen es a la Díaz Ayuso madrileña.
Como bien vaticinaba ‘The Times’, el terremoto del 4-M se extiende como una mancha. En la entrevista que publica hoy El Confidencial, Pablo Casado, con trazas de presidente de Gobierno, da por finiquitada la legislatura y se muestra confiado en el cambio de ciclo.
Las encuestas le sonríen. No solo para las generales. También en Cataluña después de la debacle. En la encuesta de GAD3 para ‘La Vanguardia’ de este fin de semana, el Partido Popular pasaba de tres a ocho diputados en el Parlament; Ciudadanos desaparecía. En la que publicaba ‘El Periódico’, los populares también subían, aunque de forma más modesta: hasta los seis.
¿Qué ha pasado en Cataluña? ¿Qué hace el Partido Popular, esa formación diabólica responsable de los porrazos del 1 de octubre de 2017 y heredera del más abyecto franquismo, según palabras del exiliado en Waterloo, subiendo en intención de voto? ¿Qué ha ocurrido para que una lideresa como Ayuso gane en simpatía y popularidad en Cataluña como si fuera una de esas estrellas estivales de pop que transitan por Cap Roig?
Los catalanes reniegan del patio de monipodio en el que se desenvuelven las negociaciones para formar Govern
La respuesta la daba Josep Martí en uno de sus artículos. El fenómeno Ayuso está sirviendo para que una parte de los catalanes, de un modo transversal, incluyendo a los soberanistas, salga de la burbuja en la que anda metida, rompa el marco que le han impuesto desde arriba y “redescubra que siguen existiendo programas de actuación política muy diferentes a los que en Cataluña son hegemónicos, por no decir únicos. Esto es así particularmente en política económica y fiscal, pero ampliable a las demás materias”.
No son solo los defensores del liberalismo económico los que reniegan como de la bicha del patio de monipodio en el que se desenvuelven las negociaciones para formar Govern, que tienen más que ver con las pulsiones personales y con la batalla por la hegemonía del espacio independentista entre ERC y Junts o, lo que es lo mismo, entre Junqueras y Puigdemont, que con el interés de los catalanes. El cansancio es generalizado. De tanto ondear esteladas, a los dirigentes secesionistas no les quedan ya manos para la acción de gobierno.
Lo más lógico es que, cinco minutos antes de que expire el plazo para convocar nuevas elecciones, tanto Junts como ERC lleguen a un acuerdo para un Gobierno conjunto. Ambas formaciones entran en modo pánico de solo pensar en otros comicios. Tienen pánico por la abstención, que puede ser salvaje; por la más que probable subida de PSC y PP, y por el papel todavía más protagónico que podría adquirir la CUP en tanto en cuanto socio indispensable.
Eso sería lo más lógico: que existiera acuerdo para evitar males mayores y facilitar, al mismo tiempo, la llegada de los indultos. Lo que ocurre es que, en Cataluña, hace tiempo que dejó de existir la racionalidad política.
“El mensaje político en Madrid es claro. La gente quiere que les ayuden, que bajemos impuestos, que potenciemos la economía. Y no quiere una Administración pública que lo decida todo y que nos hace pagar impuestos altos”, escribía el soberanista Joan Canadell tras el 4-M. Hemos pasado del Tsunami Democràtic al Tsunami Ayuso.