HERMANN TERTSCH, ABC – 20/06/14
· Los trámites constitucionales y las ceremonias oficiales se han llevado a cabo con razonable solvencia y normalidad.
Han concluido los actos institucionales de un relevo en el trono de España que hace exactamente un mes y dos días nadie en España se planteaba así y ahora. Nadie salvo sus dos protagonistas y unas cuantas personas del círculo más íntimo de la Corona. Por mucho que hayan surgido después por doquier los listos inevitables en la patria del más frívolo mentir. Cierto sí es que hoy, hasta los más escépticos o incluso inicialmente espantados con el proceso y las formas en que se han producido la abdicación de un Rey y la proclamación del otro, parecen convencidos de que se ha hecho en el mejor de los momentos. O dicho de otra forma, que cualquier otro posterior sería mucho peor. Los trámites constitucionales y las ceremonias oficiales se han llevado a cabo con razonable solvencia y normalidad. Pese a una urgencia de lógica evidente, si bien mal explicada.
Ahora ya tenemos al nuevo Rey Felipe VI que puede actuar sin todos los condicionantes que habían paralizado las posibilidades reales de intervención de su padre. Ahora, al margen de tantas esperanzas hipócritas, irreales e interesadas sobre soluciones milagrosas que se quieren atribuir al nuevo Rey, conviene echar una sobria mirada sobre la calamitosa, alarmante situación general de España y ver cómo pueden mejorarla quienes constitucionalmente tienen el deber y los instrumentos legales para hacerlo.
El Monarca pronunció ayer un discurso razonable, integrador y animoso, un discurso previsible con un llamamiento a la regeneración de la vida pública, un compromiso de ejemplaridad y una apelación al imperio de la ley muy oportuna. Porque la inmensa mayoría de nuestros problemas radican en la falta de respeto a la ley y a la Constitución. No puede existir entendimiento ni convivencia pacífica a medio plazo cuando se tolera la impunidad sistemática de ese desacato permanente de las leyes. Insistió ayer el Rey en nuestra diversidad en España, tan cierta como magnífica, tan garantizada legalmente como por nadie cuestionada.
Lo que está seriamente en peligro inminente es nuestra unidad, una unidad y cohesión masivamente cuestionada y atacada en diversos frentes por fuerzas que quieren destruir España desde instituciones del Estado. Y lo proclaman, lo preparan y lo practican diariamente sin que el propio Estado y los responsables de garantizar la unidad les pongan la mínima traba en su actividad sediciosa. Son las fuerzas políticas democráticas nacionales, en la medida en que aún lo son, las que tienen que poner coto a los preparativos del separatismo.
Lo que demanda la situación es más protección para todos los españoles en todos los rincones de España. No es comprensión al separatismo lo que ha faltado por desgracia en estas pasadas décadas. Más bien al contrario. El tiempo nos ha demostrado que concesiones retóricas, pecuniarias o competenciales no sacian al insaciable por naturaleza. Hay que ponerle límites. Al nacionalismo hay que vencerle con una narración política más vigorosa, más veraz, más lógica y más auténtica.
Esa narración existe y es potente porque la verdad y la razón están con España y contra las mentiras de los nacionalismos separatistas. Pero España ha carecido hasta ahora de voluntad de articularla, proclamarla, defenderla y luchar con ella. Si el nacionalismo gana en Cataluña hoy en día es solo por incomparecencia de la idea de España. El Rey de todos los españoles debe tener un papel histórico para sacar a España de esa inercia, de la indolencia y resignación que han permitido extenderse la tiranía nacionalista. Pero la política es responsabilidad del Gobierno y es él quien tiene que restablecer la legalidad como condición urgente para acabar con este vértigo que aqueja a la nación española.
HERMANN TERTSCH, ABC – 20/06/14