ABC 28/04/13
JON JUARISTI
· A la izquierda no le interesa el debate racional. Lo único que quiere es constituirse en un nuevo poder religioso
El artículo de Miguel Delibes que recuperaba este periódico en su tercera del pasado jueves –«Aborto libre y progresismo»– es un magnífico modelo de ejercicio de la razón práctica. Sobre todo, el primer párrafo, donde el escritor exponía concisamente los términos de la cuestión, se impondría como punto de partida en cualquier debate que se pretendiera racional, aunque con la izquierda realmente existente la razón es siempre el tercio excluso. A la izquierda no le interesa la razón; lo que quiere es laminar a los obispos. Finge no enterarse de que tiene enfrente gentes capaces de razonar, porque así puede presentarse ella misma, la izquierda, como una religión capaz de asegurar la felicidad a todos los desgraciados de la tierra: en este caso, a todas las mujeres a las que un embarazo ha hecho terriblemente desgraciadas.
Tal pretensión es falaz, como de costumbre. Las embarazadas desgraciadas nunca tuvieron que esperar a la izquierda para abortar. De hecho, la izquierda no ha hecho más que traer infelicidad al mundo, incluso cuando, ante el reiterado fracaso de sus programas revolucionarios, ha optado por construir el capitalismo bajo una forma salvaje, burocrática o totalitaria, allí donde no existía. Las conquistas históricas que se atribuye son logros sociales de la derecha que usurpa descaradamente.
Por ejemplo, el Estado del Bienestar, creación de los gobiernos conservadores y liberales de la última posguerra mundial en los países democráticos. La izquierda sostiene que aquél fue obra de los gobiernos socialistas de dicha época. ¿Qué gobiernos socialistas ni qué músicas celestiales? La Europa que construyó el Estado del Bienestar estuvo en manos de gobiernos conservadores (salvo el Reino Unido entre 1945 y 1951). Incluso en España, donde dicho Estado del Bienestar vio la luz bajo la dictadura de un general de derechas a más no poder. Acabo de leer un desinformado ensayo argentino sobre los intelectuales «proletarios» británicos de los años cincuenta, donde se afirma que éstos accedieron a la universidad gracias a los gobiernos laboristas. Ya. Con el lamentable gobierno de Attlee, que ni construyó ni reconstruyó, no salieron de la mina. Todo el Reino Unido, sin «socialistas» tan íntegros como Churchill, Macmillan, Eden y, sobre todo, Thatcher, de soltera Roberts, sería hoy como el pueblito galés de Quéverdeeramivalle.
Pero, volviendo a Delibes, un católico sin comillas, resulta admirable el buen sentido que demuestra su voluntad de plantear el debate en un terreno político, con «argumentos ajenos a la noción de pecado», puesto que hay que legislar para creyentes y no creyentes, pero, sobre todo, sorprende la racionalidad de tales argumentos: el aborto no es un asesinato, pero la posibilidad de la interrupción de una vida potencialmente humana, la de un «proyecto de persona», exige que alguien asuma la defensa del feto, es decir, de la parte más débil del litigio. Una exigencia que, según Delibes, parece derivar del derecho natural.
Delibes era, no obstante, lo suficientemente lúcido como para no hacerse ilusiones respecto a la viabilidad del debate. Sabía que solamente plantearlo desataría la hostilidad de un progresismo para el que cualquier objeción al aborto libre constituía una provocación intolerable y, por supuesto, retrógrada. Ahora bien, Delibes se equivocaba al suponer que «antaño, el progresismo respondía a un esquema muy simple: apoyar al débil, pacifismo y no violencia»: Nunca fue así. El programa mínimo del progresismo ha sido siempre derribar al fuerte con toda la violencia que haga falta y apoyar exclusivamente a los progresistas, nuevo clero de laigión de la felicidad universal y obligatoria.