Alberto Ayala-El Correo
El PNV y los socialistas vascos son los dos grandes arquitectos que han levantado la Euskadi actual. De los 45 años que han transcurrido desde que el País Vasco recuperó su autonomía, la mitad han gobernado en coalición. Con acuerdos, con enfrentamientos y hasta con ruidosas rupturas. La más relevante, la que se produjo en junio de 1998 cuando el PSE dio un portazo y abandonó el Gobierno de Vitoria en puertas de la firma del pacto excluyente de Estella, en septiembre de ese mismo año.
Resulta, pues, más que conveniente seguir con atención cuanto acontece en las relaciones entre ambos por si pudiera tener una especial relevancia. Casi siempre los ‘incendios’, tan habituales en los primeros años de cohabitación, se han extinguido a tiempo. Pero en ocasiones, como en 1998, no fue así y Euskadi se deslizó pronto con el lehendakari Ibarretxe por la senda del enfrentamiento y la división social, etapa de duró más de una década. Hoy, los socios por excelencia de la política vasca gobiernan en coalición todas las grandes instituciones del país: Ejecutivo vasco, las tres diputaciones y los ayuntamientos de las capitales. Además, los jeltzales son uno de los aliados de investidura más fieles que tiene Pedro Sánchez, junto a la izquierda abertzale.
Por eso hoy toca asomarse a la tormenta que vienen protagonizando esta semana. Con la negociación del nuevo Estatuto o nuevo estatus como telón de fondo, la chispa ha saltado con la aprobación inicial de una proposición de ley del PNV para elevar la exigencia de euskera en el acceso a la función pública, que salió adelante la semana pasada con el apoyo de EH Bildu.
Aitor Esteban sostiene que ambos partidos habían decidido que fuera una ‘discrepancia pactada’ al no ser capaces de ponerse de acuerdo. El socialista Eneko Andueza lo niega y asegura que estamos ante una actuación ‘unilateral’ peneuvista. Y ha dejado un recadito al nuevo presidente del EBB. Andueza lamenta que desde que se produjo el polémico relevo en Sabin Etxea se ha perdido la interlocución de confianza que sí tenía con Andoni Ortuzar.
Toca, pues, esperar para comprobar si estamos ante un movimiento para la galería de Andueza –que si optó por no liderar el sector socialista del Ejecutivo fue para tener mayor libertad de movimientos frente al socio– o si hay algo más. Si sólo busca que los jeltzales no se desmanden al alza con el euskera, tentación histórica del PNV, y no digamos ya con sus pretensiones de cara al nuevo estatus, o hay algo más.
La historia nos invita a quitar decibelios a la tormenta, como trató de hacer el miércoles el lehendakari Pradales en Madrid. Algo que sin embargo no han hecho ni el consejero de Seguridad, Bingen Zupiria, ni el alcalde saliente de Donostia, Eneko Goia.
Hay demasiado en juego. Una impensable ruptura dejaría al PNV a los pies de los caballos en casi todas las instituciones vascas y a los socialistas casi sin ningún poder político. Además, Sánchez perdería a uno de sus aliados más fieles y no tendría otra salida que convocar, por fin, elecciones anticipadas.
¿Apostamos por un reencuentro más próximo que lejano?