Los resultados de las recientes elecciones están poniendo de manifiesto los inconvenientes de nuestro sistema electoral, que hasta 2018 estuvo funcionando razonablemente bien, para desde entonces desviarse de su apropiado uso hasta derivar en una extravagante fórmula caracterizada por dos singularidades inauditas entre las democracias más serias y sólidamente consolidadas: los perdedores de las elecciones forman gobierno y su precio es la decadencia económica y el desmontaje del Estado de Derecho.
En los países de referencia, con el Reino Unido y EEUU desde siempre y más recientemente en Francia, Alemania, y la mayoría de países más y mejor desarrollados, nuestra actual formación de gobiernos sería inconcebible. En el Reino Unido y EEUU, sus sistemas mayoritarios de elección hacen completamente imposible no solo que los perdedores de las elecciones formen gobierno, sino que además, las fuerzas políticas minoritarias y normalmente extremistas alcancen representación parlamentaria. En Francia, se añade además la segunda vuelta electoral entre los dos primeros partidos, si ninguno de ellos supera en la primera el 50% de los votos. En Alemania, con sistema proporcional, no solo está expresamente prohibido el comunismo, sino que no alcanzan representación parlamentaria las fuerzas políticas que no superan el 5% de los votos a nivel nacional. La conclusión de estas comparaciones es muy contundente: en los países de referencia, en ninguno de ellos podrían gobernar los perdedores de las elecciones ni tener representación parlamentaria partidos declarados enemigos de la Constitución.
El progresismo nacional defiende que lo mejor para España es la pésima fórmula italiana, empeorada aquí –que no allí, donde no existen- con fuerzas políticas separatistas
El único país de nuestro entorno que se parece a España es Italia, cuyo sistema electoral proporcional ha conducido hacia una inestabilidad política que, desde mediados los años 80 del pasado siglo, han determinado una decadencia económica sin fin, que el socialismo del siglo XXI está imitando, aquí, con triste “éxito”.
Hace poco tiempo, un grande del pensamiento político occidental de origen italiano asentado en las universidades de EEUU, Giovani Sartori, publicó poco antes de su fallecimiento un último y muy recomendable libro –oro molido en apenas 100 páginas- titulado La carrera hacia ningún lugar (2016), con ocho lecciones políticas –contiene dos más teológicas– para nuestra sociedad en peligro, entre la que cabe destacar la tercera:
“El sistema electoral perfecto existe: el mayoritario a doble vuelta. Es el que funciona en Francia: en la primera vuelta es proporcional, en la segunda hay que elegir al candidato que sea la segunda preferencia o el que menos desagrade. La premisa del sistema electoral perfecto es que deben estar prohibidas las coaliciones”.
Frente a tan preclara conclusión, el progresismo nacional defiende con ardor democrático típicamente totalitario que lo mejor para España es la pésima fórmula italiana, empeorada aquí –que no allí, donde no existen- con fuerzas políticas separatistas cuyo objetivo es la destrucción de nuestro orden constitucional. Algo completamente insólito en el mundo civilizado.
El muy gravoso precio que está pagando España, aunque salta a la vista, no está siendo apreciando por un gran número de españoles, felices ellos de la acusada -e históricamente incomparable – decadencia de nuestro previo progreso económico y el grave deterioro de nuestro Estado de Derecho.
Mentirijillas coyunturales
Tras décadas de muy manifiesto progreso económico, con la llegada del socialismo al poder en el siglo XXI, España ha emprendido una cuesta abajo -que las ridículas mentirijillas coyunturales del gobierno no pueden ocultar- sin antecedentes históricos: decrecimiento de la renta per cápita y divergencia con la UE, líderes mundiales en desempleo y nivel y crecimiento sin igual de la deuda pública. Y en el ámbito institucional, el alejamiento del Estado de Derecho es cada vez más alarmante, como recientemente puso de manifiesto el Colegio Libre de Eméritos con su libro: España, democracia menguante.
Remite Sartori en su citado libro a Max Weber, quien, en su libro La Política como profesión (1919), formuló la distinción entre la “ética de las convicciones» -que persigue la realización de las convicciones sin tener en cuenta las consecuencias, es decir, pase lo que pase o caiga quien caiga- y la «ética de la responsabilidad» que tiene en cuenta las consecuencias posibles, probables o inevitables de las acción, incluyendo las no deseadas.
Las sabias reflexiones del maestro Sartori tratan de asuntos políticos y sociales de verdadero interés y calado intelectual, ninguno de los cuales ocupan espacio alguno en el debate político en España; y cada vez menos en Europa. Y así nos va.