MANUEL MONTERO-EL CORREO

  • Ya no está en juego solo la relación entre las grandes potencias. Si Rusia no aplasta a Ucrania, es verosímil que se fortalezca la oposición en países autocráticos

La guerra de Ucrania ha llevado a un primer plano de la escena internacional una circunstancia que suele pasar inadvertida, pero que resulta crucial: la naturaleza de los regímenes políticos. Contra quienes relativizan la importancia de la democracia y tienden a dar por equiparable cualquier alternativa, no es secundario que Rusia sea una autocracia; es decir, se gobierne con un sistema autoritario en el que el líder gobierna sin serias cortapisas.

En esto hay un fracaso histórico. Hacia 1990, cuando el desplome comunista y el final de la Guerra Fría, se daba por supuesto que la democracia se impondría en los países que salían de las dictaduras: su atractivo vencería cualquier dificultad. Era lo que se llamó «el fin de la historia» -así lo denominóFrancis Fukuyama en 1992- por el triunfo definitivo de una única opción, la democracia liberal, que, se suponía, estaba llamada a generalizarse.

No ha sucedido así. La democracia logró imponerse en los países del Este que habían estado sometidos a la URSS y en las repúblicas bálticas que habían formado parte de ésta (Lituania, Letonia y Estonia), vinculadas también a la tradición occidental. No en el resto de la Unión Soviética, aunque pareció que el régimen que presidía Yeltsin iba adoptando principios democráticos. Se suponía, sin muchos datos, que en las demás repúblicas exsoviéticas pasaría lo mismo.

Sin embargo, adoptaron sistemas electorales, pero no elecciones libres. Todas mantuvieron un sistema autoritario a veces con apariencia democrática, pero sin pluralismo, separación de poderes o respeto a los derechos humanos. Es decir, son regímenes autocráticos. La excepción sería Ucrania desde 2014, cuando inició una evolución que permite caracterizar hoy su régimen como «sistema híbrido», en el que durante el mandato de Zelenski se ha reducido sustancialmente la corrupción.

Por lo demás, las antiguas repúblicas exsoviéticas han mantenido su supeditación a Rusia. Fue precisamente el comienzo de la democratización de Ucrania el momento de las primeras intervenciones rusias, en Crimea.

La paradoja: Putin, al explicar la invasión de Ucrania, echa mano de argumentos democráticos según los cuales quiere defender los derechos de la población de habla rusa frente a una persecución nazi, que achaca al país más democratizado de la zona.

La imagen de que el ideal democrático guiaría las evoluciones políticas ha jugado un papel en las últimas décadas.

También se imaginó que la evolución económica de China, con un rapidísimo desarrollo capitalista, era la antesala de una evolución democratizadora. Sería alentada por las nuevas clases medias. Tampoco ha sucedido. Si hubo una evolución en este sentido, quedó interrumpida con la represión de las protestas de Tiananmén, en 1989. El ‘boom’ capitalista no ha impedido el monopolio del poder por parte del Partido Comunista, pese a que dirige un sistema que se creía en las antípodas del comunismo.

Cuando Estados Unidos decidió la invasión de Irak y Afganistán se suponía que de esta forma se iba a abrir una etapa en la que se impondría un régimen democrático, minusvalorando la importancia de otros vínculos sociales y las resistencias al modelo occidental, que se quería imponer por las armas. Tampoco la democracia fue el final de la ‘primavera árabe’, que ha dado lugar a regímenes autocráticos, contra lo que se imaginó en un primer momento. Turquía, por su parte, interrumpió su democratización para retornar al autoritarismo.

La guerra de Ucrania incide en la tensión entre democracia y regímenes autoritarios.

La invasión de Ucrania y la actitud colectiva de los ucranianos -que están creando toda una simbología de resistencia popular- han generado un tipo de conflicto que era imprevisible hace dos meses, cuando se suponía que, de producirse una invasión, sería un paseo militar para Moscú. Por entonces, se creía que todo se reducía a la tensión entre la OTAN y Rusia en el diseño de las áreas de influencia y al intento ruso de subordinar al antiguo imperio (el de los zares y el soviético). Putin pensaba -lo declaró varias veces- que Ucrania no era en realidad un país, dados sus históricos vínculos con Rusia, y, quizás, que la población saludaría la llegada de los rusos.

Ya no está en juego solo la relación entre las grandes potencias. El conflicto se ha convertido en una lucha entre la democracia y autoritarismo, un componente ideológico que no estaba claro en vísperas de la guerra. Sería inimaginable un sistema autoritario en Ucrania si la resistencia nacional logra contener la invasión. Además, de no producirse el aplastamiento del país ahora invadido, resulta verosímil el fortalecimiento de oposiciones democráticas en los países autoritarios.

Un conflicto entre potencias se ha transformado en una tensión ideológica que afecta a la democracia.