LUIS HARANBURU ALTUNA-EL Correo

  • Sánchez culmina el camino emprendido por Zapatero, el de un revisionismo que ataca los cimientos del pacto constitucional

No es que los ingleses nos tengan manía. Se trata, más bien, de la constatación de un fenómeno que los propios españoles veníamos observando: la democracia española se ha degradado hasta convertirse en defectuosa. «Flawed democracy» lo llaman.

La democracia española fue durante un tiempo modelo y asombro de quienes nos observaban tras la brillante Transición que puso fin al franquismo. Nuestra democracia formaba parte del selecto club de las democracias plenas, pero ahora hemos declinado al grupo de las democracias defectuosas o eso es, al menos, lo que dice ‘The Economist Intelligence Unit’ (EIU), que anualmente examina las democracias que hay en el mundo.

‘The Economist’ señala tres defectos que denotan la decrepitud de nuestra democracia. El primero sería la excesiva atomización de nuestro sistema representativo; en segundo lugar estaría la extrema polarización política y finalmente la no renovación de Consejo General del Poder Judicial, que no sería sino el corolario político de lo anterior. Con ser obvias las consideraciones del observatorio británico, pienso que no agotan las razones y el origen de la presunta decadencia de nuestra democracia. Para hacer un diagnóstico más pormenorizado, es preciso que nos remontemos a los gobiernos de Zapatero para hallar el origen del lastimoso estado actual de nuestra democracia.

La extrema polarización de la vida política española se inició en la primera legislatura presidida por Zapatero, que hizo del revisionismo histórico su bandera. Su Ley de Memoria Histórica del año 2007 venía a sepultar el pacto político y moral que hizo posible el tránsito desde el franquismo a la democracia plena. El espíritu de aquella ley se había estrenado en el Pacto del Tinell, suscrito cuatro años antes, demonizando a la derecha representada por el PP.

El posterior proyecto de ley de Memoria Democrática de Sánchez culmina el camino iniciado por Zapatero y representa la reiteración del ánimo polarizador que ataca las bases de nuestra Transición, así como los cimientos del pacto constitucional. La polarización política iniciada por Zapatero alcanzó con el acceso al poder de Pedro Sánchez su velocidad de crucero.

En el bloque que sostiene al actual Gobierno coexisten fuerzas que, si no antagónicas, sí resultan ser tóxicas para la gobernanza democrática y el desempeño de la política como artífice del bien común y del interés general. En la ‘dirección del Estado’ conviven grupos que buscan expresamente la desmembración de España junto a quienes dicen estar solo interesados en la liberación de sus presos condenados por terrorismo, amén de los nostálgicos que buscan restaurar lo peor de los regímenes comunistas.

Por acción u omisión, el PSOE, rehén de sus aliados y dirigido con mano férrea por un obseso del poder personal, es el principal artífice del declive democrático que padecemos. Es Pedro Sánchez quien a golpe de decreto paralizó el país durante meses y cerró el Parlamento con siete llaves arrogándose la función legislativa, al tiempo que arremetía contra el Poder Judicial revocando de facto sus sentencias y erosionando las funciones del Rey. Es con Sánchez con quien se ha demediado nuestra democracia.

Es en esta circunstancia de Gobierno débil y sometido a continuo chantaje, sustentado por fuerzas antagónicas a la democracia liberal, donde se plantea la cuestión de hasta qué punto son esas fuerzas iliberales las que han provocado el grave deterioro de nuestra democracia o es, acaso, quien preside el Gobierno el que por su personalidad autoritaria nos ha llevado a la actual situación. La historia es obra de las condiciones objetivas en las que se desarrolla, pero es también el resultado de los liderazgos tóxicos o no. Cuando Pedro Sánchez fue, en su día, desalojado de la secretaria general del PSOE, lo fue porque sus compañeros juzgaron tóxicas sus pretensiones. Regresó a hombros de su despecho para arrasar a quienes lo habían apeado del poder y llevar a cabo sus personales designios. Son aquellos designios y su autocrática los que han provocado el que nuestra democracia se haya devaluado.

ERC gobierna en Cataluña con un proyecto de país que ha supuesto un importante decrecimiento de su economía y la quiebra política de su ciudadanía; Bildu, por su parte, es la formación que aún se pavonea de haber sostenido y aplaudido la comisión de crímenes que, según la Unión Europea, merecen el calificativo de lesa humanidad. Ambas formaciones jamás aprobarían el canon democrático de las naciones de nuestro entorno, pero aquí en España están en la ‘dirección del Estado’, porque sin su apoyo el presidente no duraría un día más en La Moncloa. No es de extrañar que desde Gran Bretaña nos miren alucinados. Algún día se estudiará en los libros de historia lo que el sanchismo supuso para España, que consistió en un hibrido entre el bonapartismo y el cesarismo, con algunos toques goyescos y castizos. Mercancía averiada, en suma. Todo ello muy progresista, eso sí.