JOAQUÍN PÉREZ AZAÚSTRE-Diario de Córdoba
Arde la belleza, arde la confianza, arde la poesía de vivir.
Toda España arde y el corazón se quema. Eso es lo
que vemos en los ojos de todos esos hombres y mujeres
que salen de sus casas con sus azadones, sus palas y sus
cubos, con mangueras, para ir hasta la línea de fuego y
atajarla. Hay que detenerse en los tonos quebrados de
sus voces, en sus miradas líquidas y erguidas en su última
posibilidad de proteger cuanto son. Porque al otro
lado sólo hay fuego, porque lo tienen todo dentro de
esas casas, dentro de esos corrales, dentro de esas lindes
que son también los límites candentes de sus biografías.
Esas gentes se han cansado de esperar a que
lleguen al fin unos bomberos que, ahora mismo, se lo
están dejando todo en la multiplicación de frentes y de
hogueras, de incendios provocados como cada verano.
Y ahora se preguntan para qué pagan impuestos.
Toda España arde y el corazón se quema en los autobuses
cruzando incendios en Orense, porque alguien en
ADIF ha decidido, después de que los trenes no pudieran
seguir por las vías calcinadas, que la ruta alternativa por
carretera era la buena, entre cortinas de llamas, y así hemos
podido ver las imágenes del autobús en su propia
película, cruzando literalmente una oscuridad de fuego,
mientras el conductor, templado y frío, no entiende que
le obliguen a seguir esa ruta. Arde la poesía de vivir, arde
la confianza, arde la belleza como cada verano, mientras
España sigue demostrando que es tierra de gente brava y
aguerrida, con un Estado totalmente fallido que no sabe
coordinarse ante cada tragedia.
Es el momento de dejar la ceguera ideológica y atrevernos
a ser ciudadanos reales. Me da igual con qué colores
juegues: media España está en llamas, pero cuando
escribo este artículo son las cinco de la tarde y no he comido,
que también es importante, ni me he dado un baño
en la piscina de La Mareta que pagamos todos. Con
media España en llamas, el presidente Sánchez continúa
sus vacaciones, mientras arde la democracia.
Son las cinco en punto de la tarde, y como no me trago
el opiáceo del muro me sigo preguntando por qué cada
verano nos sucede lo mismo, cómo la protección del
medio ambiente puede perjudicar la prevención, con
áreas protegidas que ocupan el 38% de la superficie forestal,
pero concentran el 55% del área quemada, obligando
a los propietarios a mantener una parte salvaje,
con matorrales sin limpiar, que pueden favorecer el polvorín.
Y la legislación ante el pirómano y los beneficiarios
del incendio. Y las administraciones jugando al pingpong
con la tragedia y tuiteando, como se burla Óscar
Puente, porque en León está calentita la cosa. Esto no es
ideológico: habría que penar esta dolorosa incompetencia.