LUIS VENTOSO – ABC – 14/04/16
· El uso de los medios públicos en Cataluña lesiona los derechos cívicos de sus habitantes.
Para armar una democracia no basta con las urnas (véase por ejemplo la trágica dictadura-astracán de Maduro). Hace falta transparencia por parte del poder y sus ramificaciones, libertad de opinión y expresión, una prensa variada y sin mordazas, seguridad jurídica y una justicia fiable e independiente. Sin esos pilares el edifico se queda inconcluso y se torna opresivo y poco fiable.
La prensa sufre un cierto descrédito, en parte por malas prácticas en que incurrimos los propios periodistas: ligereza tertulianesca; ritmos taquicárdicos digitales, que a veces impiden contrastar las informaciones; y los problemas económicos, que vuelven a algunos medios más vulnerables a la influencia del poder y les impiden mantener redacciones profesionales y bien dotadas. Pero aun así, los medios continúan siendo el instrumento a través del cual el ciudadano recibe su información sobre políticos y partidos. Los votantes toman sus decisiones electorales en función de ese relato colectivo. Es decir: la información plural y sin cortapisas es el oxígeno de una democracia, su corazón no late adecuadamente sin ella.
Cuando un Gobierno decide dotarse de medios de comunicación su acción no resulta inocua para la democracia. El gobernante se convierte en un agente informativo y es casi imposible –o sin casi– que lo haga de manera neutra. Indefectiblemente empleará esa maquinaria para hacer propaganda de sus puntos de vista y favorecer su permanencia en el poder. En contra de lo que se tiende a pensar, cuando una Administración actúa mediáticamente no está haciendo ningún favor al ciudadano.
Al revés, está minando el pluralismo informativo y enrareciendo el clima de la libertad de prensa con polución estatista. Un medio sostenido por la subvención de un Gobierno acaba siendo el botafumeiro de quien le paga. Una televisión estatal puede derivar muy fácilmente en un ariete de propaganda gubernamental. Todo esto ha sucedido en los últimos años de manera acusadísima en Cataluña. Entre 2011 y 2015, Artur Mas se gastó 1.819 millones en medios de comunicación, parte de ellos para TV3, y la otra para granjearse el aplauso de empresas privada, a las que en algunos casos compró directamente para su causa.
TV3 se ha convertido en la principal herramienta del separatismo. Solo eso explica que la televisión de una comunidad cuya deuda está calificada de bono basura cuente con la mayor plantilla de Europa en relación con su audiencia –2.424 empleados– y disponga de un presupuesto que casi duplica al ya disparatado de Canal Sur. ¿Quiénes son las principales víctimas de esa política de comunicación? Pues los propios catalanes, porque se está desvirtuando gravemente su democracia, al viciar el libre juego informativo con la irrupción de un propagandista estatal que es de facto el primer actor mediático de la comunidad.
Cuando una descerebrada quema la Constitución Española en un programa matinal de TV3 mientras arenga a los niños contra España, el primer agredido no es «Madrit», ni el resto de los españoles. Lo que está ardiendo en aquel bidón de gasolina de TV3 es la calidad de la democracia catalana. Aunque tarde, creo muchos catalanes empiezan a darse cuenta.
LUIS VENTOSO – ABC – 14/04/16