- Podríamos preguntarnos entonces si el Gobierno de Pedro Sánchez es o no democrático. Desde luego, se trata de algo que no le gusta
Al Gobierno de España no le gusta la democracia. Nada revela mejor el carácter democrático de un Gobierno que su actitud hacia la oposición. Sin ella, no hay democracia. Es una forma de gobierno que requiere la alternancia y, por lo tanto, la existencia de una oposición libre. Requiere también esencialmente otras cosas esenciales, pero no hay democracia sin oposición. Es un criterio infalible para precisar si un Estado es democrático o no. Por ejemplo, para determinar que Venezuela o Rusia no son democracias. Basta mirar a la oposición o comprobar su inexistencia legal.
«Extrema derecha» y «extrema izquierda» son expresiones, en muchas ocasiones, confusas. Puede resultar más claro hablar de izquierda y derecha antidemocráticas, que no serían las que adoptan políticas más o menos radicales o extremas, sino las que niegan la democracia al adoptar el sistema de partido único o de movimiento y suprimen, por tanto, la democracia. Ni siquiera son los partidos políticos lo esencial. Lo esencial es la existencia de una oposición libre y legal que pueda alcanzar el poder. La democracia no puede ser un medio para acabar con ella. Aunque tampoco sea sensato proceder a su «santificación». La mayoría de las políticas no son democráticas o antidemocráticas, sino justas o injustas, constitucionales o no. En este último caso, pueden calificarse como antidemocráticas en la medida en que la Constitución es democrática. Así las políticas de discriminación positiva o la legislación sobre el aborto no son democráticas ni antidemocráticas. Son, a mi juicio, injustas y, muy probablemente, vulneran la Constitución. Pero decir que una propuesta de un partido es antidemocrática porque recorta derechos es una simpleza. La democracia viene a convertirse en criterio de justicia. Democrático es lo que a uno le gusta y antidemocrático lo que no. Y se olvida que puede haber leyes democráticas injustas. Y no faltan en nuestro actual ordenamiento jurídico. Dejando de lado el aspecto de la constitucionalidad, tan democrática puede ser la regulación actual del aborto como su anterior consideración como delito. Y esto no significa que la democracia sea pura forma que pueda acoger cualquier contenido. En suma, si un grupo o partido se apropia de la democracia deja, en ese momento, de ser democrático.
Podríamos preguntarnos entonces si el Gobierno de Pedro Sánchez es o no democrático. Desde luego, se trata de algo que no le gusta. Todavía no ha terminado con la existencia de la oposición. Pero el adverbio aquí es muy relevante. Ya se han producido cambios antidemocráticos de las reglas del juego. La oposición es hostigada como antidemocrática, ilegítima y fascista. Y se impone una especie de frente popular o movimiento populista de izquierdas. Y esgrimen la falacia de que la derecha no puede gobernar para evitar que se produzcan retrocesos democráticos en los derechos. En definitiva, que la permanencia del Gobierno es condición ineludible de la supervivencia de la democracia. Si esto es así, entonces, aunque aún no haya eliminado a la oposición, es ya un Gobierno antidemocrático. Y, por cierto, aunque ganara las elecciones. No sería el primer caso en la historia en el que un partido antidemocrático triunfara en las urnas. Nada de esto había sucedido en la reciente política española hasta Rodríguez Zapatero y su heredero Pedro Sánchez.
En general la izquierda, tanto la derivada del marxismo como la populista, ha tenido siempre una clara determinación antidemocrática. Y es natural. Si una ideología y un partido encarnan la verdad y la justicia, los demás serán los representantes de la mentira y la injusticia. La democracia se convertiría en una indeseable alternancia entre el bien y el mal. El mal debe ser extirpado. Democracia, ¿para qué? Nada de esto niega el hecho de que también exista una derecha antidemocrática, pero, desde luego, no se encuentra en la actual oposición española del Partido popular y Vox. Actualmente, el mayor peligro para la democracia española se encuentra en el Gobierno, no en la oposición.