Mikl Mancisidor-El Correo
Los sistemas totalitarios no son necesariamente mejores frente a estas crisis
Todos conocemos los éxitos de China en la lucha contra el coronavirus. Un portentoso logro que debemos celebrar y nos da esperanza. A raíz de esta buena noticia nos preguntamos si el sistema totalitario que asegura la toma de medidas rápidas, incontestables, de obediencia imperativa con disciplina de hierro, facilita la gestión de este tipo de crisis. ¿Están las dictaduras mejor preparadas que las democracias para hacer frente a las situaciones extremas?
Yo no lo creo. No es cierto, para empezar, que los Estados totalitarios en general hayan respondido ante esta crisis de forma más eficaz. Incluso en el caso chino cabe presentar reparos. Se retrasó varias semanas la comunicación del problema pensando que podrían contenerlo con cierta discreción. La campaña de información fue posteriormente lanzada cuando el problema y el conocimiento sobre el mismo estaban al menos iniciados. De haber sido China un país con libertades, es posible que la información se habría difundido antes y el resto del mundo podría quizá así haber ganado un tiempo de preparación valioso.
Ahora China está en plena campaña de promoción, lógicamente haciendo valer su éxito. Comparten cierto conocimiento y medios con una generosidad que debemos agradecer, pero sin olvidar que se trata también de un movimiento de relaciones públicas con el fin de ampliar presencia global y, tal vez, salpimentada con ciertas dosis de culpabilidad. Este domingo Mario Vargas Llosa escribía un artículo en el que matizaba el éxito chino y explicaba cómo a su juicio la ausencia de libertades había retrasado la solución. En menos de 24 horas sus obras han desaparecido de la oferta de los principales distribuidores del país: vaya si es un régimen eficiente para algunas cosas.
Otras dictaduras están teniendo gestiones nefastas, por ejemplo Irán o Corea del Norte. El sistema sanitario iraní es bueno y sin embargo no ha funcionado por la decisión política de ocultar la situación. Al principio todo se negó y se impidió a los servicios sanitarios reaccionar. Hoy la situación en Irán podría ser dramática y está fuera de control: las autoridades se pasan al otro extremo anunciando millones de muertos si no se obedece y se libera a 85.000 presos en una medida desesperada que muestra la incapacidad de manejar el problema. La ausencia de libertades lo ha complicado todo.
Otro caso de opacidad y negacionismo aún más extremo es el de Corea del Norte. No sabemos lo que allí pasa. El Estado afirma que nada malo, pero algunas agencias surcoreanas hablan de un número muy importe de muertos en el Ejército. El más claro contraste con Corea del Norte lo ofrece su vecina Corea del Sur, en tantos sentidos similar pero con un sistema democrático y de libertades económicas y políticas, con transparencia informativa, que hasta la fecha podría haber dado una de la más mejores respuestas.
Como vemos los sistemas totalitarios no son necesariamente mejores ante estas crisis. Con mayor frecuencia, por su propia naturaleza opaca, son peores.
Tampoco es cierto que los Estados democráticos no cuenten con instrumentos excepcionales, como estamos viendo estos días. La diferencia es que se dan garantías de que estas herramientas se emplean adecuadamente para sus fines. Prefiero un Estado que no puede aprovechar un estado de alarma como carta blanca para limitar, con otros fines y sin dar cuentas a nadie, las libertades de los opositores o de grupos minoritarios. O que, aun en estado de excepción, no puede ni torturar ni ignorar ciertas garantías procesales. O que debe explicar la necesidad y la proporcionalidad de las medidas adoptadas y dar cuentas de todo ante la opinión pública, el parlamento y, en su caso, los jueces.
Es cierto que algunos estados democráticos pueden actuar mejor y otros peor, claro está. Pueden adoptar estrategias muy distintas, como vimos en el caso británico, y cometer muchos errores. Luego cada electorado, que en su día eligió lo que tiene, tendrá que juzgar.
Una democracia, con transparencia y con libertades, funciona si sus ciudadanos somos responsables, si no propagamos bulos sin criterio, si respetamos las indicaciones de las autoridades, si no necesitamos que pongan un guarda jurado en cada portal. Sólo así estamos a la altura de nuestra democracia y de nuestras libertades.
Si la pregunta era si las democracias pueden ser tanto o más eficaces ante las emergencias, la respuesta la tenemos cada uno de los ciudadanos en nuestro actuar diario, con un gesto tan sencillo como lavarnos las manos, estornudar contra el anverso del codo, evitar todo contacto que no sea absolutamente imprescindible, quedarnos en casa si no hay razón de fuerza mayor para salir, mantener distancias y respetar protocolos de seguridad. Y es que una democracia no puede ser a largo plazo mucho mejor que el conjunto de sus ciudadanos.